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La bondad de Margarita Salas

Tras la muerte de una destacada científica que sentía un gran amor por su Asturias natal

Este año que empieza a declinar se nos llevó a Margarita Salas, una personalidad científica de primer nivel. Una mujer discreta y rigurosa, en la vida y en el trabajo, que logró brillar con luz propia en un mundo tan complejo y a menudo extraño como es el de la ciencia. La comunidad científica es unánime al reconocer que ella fue la que introdujo la biología molecular en España.

Hemos estado con su hermana Marisa y su hija Lucía en Madrid hace muy poco compartiendo grabaciones para un reportaje del programa "Asturias Semanal" de TPA. Visitamos el Centro de Investigación Experimental que lleva el nombre del que fuera su mentor y maestro, Severo Ochoa, en el que trabajó prácticamente hasta el día de su fallecimiento. Siempre dijo que quería morir con la bata de científica puesta y así lo hizo, llevando hasta el final una máxima que todos sus allegados conocían: "sin conocimiento no hay desarrollo de país". España era un desierto científico cuando ella empezó y, encima, un coto cerrado casi exclusivo de hombres. Es aún mayor por ello el extraordinario mérito del trabajo realizado por esta mujer, a la que en más de una ocasión discriminaron por su condición de género. Incluso los hubo que, por ejemplo, "sugerían" a su marido Eladio -otro eminente científico- las directrices que Margarita debería de seguir en su trabajo, pues no la consideraban una interlocutora válida.

Alguien dijo que en este país "enterramos" particularmente bien a nuestros muertos... sin escatimar energía en réquiems a los que les negamos el pan y la sal en vida. Aunque no es el caso de esta mujer, nacida en el pueblo valdesano de Canero, a la que la práctica totalidad del mundo de la investigación le está agradecido por su legado ejemplar. Así, en el Centro de Biología Molecular "Severo Ochoa" se ha instalado un enorme vacío. Sus colegas y discípulos extrañan a todas las Margaritas que encerraba su personalidad, cada cual más sorprendente y generosa. Vivencias que denotan una talla humana de gran nivel, como aquella en la que repartió con uno de sus colaboradores el dinero de su patente más cotizada en detrimento de su pecunio personal. Tampoco faltan relatos sobre cómo supo durante años crear un clima de confort en su centro de investigación alejando esa obsesión por los resultados rápidos y las urgencias de financiación que en ocasiones tantos embrollos causan en el ambiente científico. Algunos de sus discípulos, hoy referencias internacionales en áreas como la virología, las neurociencias o la oncología, han trasplantado el criterio y la metodología de su maestra a sus actuales laboratorios.

Margarita sigue viva en cada uno de estos espacios científicos, los cuales conservan sus rasgos de trabajadora fuerte y decidida. Una mujer que nunca tuvo la necesidad de sobresalir y que, sin embargo, atesoraba crédito suficiente para publicar en las mejores revistas científicas del planeta. Una persona tímida, en las antípodas de la vanidad, pero que se llevó a la otra vida un íntima frustración: la de no haber podido conseguir, entre tantos reconocimientos, el premio Princesa de Asturias. Así nos lo acaba de confesar una de las herederas de su escuela científica, María Blasco, actualmente directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas. No se puede olvidar tampoco esa especial identificación que tenía con su tierra de nacimiento, por la que sentía una pasión tranquila, pero firme, que solo un corazón tan profundo como el de ella podía mantener con esa fidelidad. Nunca se negó a nada que tuviera que ver con la comunidad, como por ejemplo cuando fue requerida para presidir el Consejo Social de la Universidad.

Han pasado unas semanas desde el fallecimiento de Margarita Salas. Su hija Lucía Viñuela, que continúa sobrepasada por el agigantamiento de la figura de su progenitora, se consuela con un último apunte en el cuaderno de laboratorio de su madre: la bondad, a veces tan denostada en nuestra sociedad, prevalece siempre. Incluso por encima de la excelencia científica.

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