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Hilos de democracia

Reflexión tras la reciente constitución del Congreso de los Diputados

¿Por dónde empiezo? No empiece. ¿Y eso? Muy sencillo, caballero, porque no hay por dónde empezar. Pues lo intento. Espero que sea maestro en resolver ovillos y sudokus.

Mi interlocutor es uno de esos que siempre ve el vaso medio lleno, o medio vacío, no recuerdo ahora quién es el pesimista y quién el optimista. Es igual. Me refiero al tipo gris que lo ve todo negro incluida nuestra flamante democracia. Vamos a darle al amigo un repaso. Mire, desde la presencia del australopithecus en la Tierra, el cerebro de nuestra civilización se circunvaló de tal manera que surgió la inteligencia y el hombre, sin apear la cara de babuino, es tan listo que lo cuestiona todo. Evolucionamos. Un salto al Medioevo. Se distinguían por entonces en el conjunto de la población tres grupos: los nobles o guerreros, los curas y los siervos. Los de la espada se rompían la crisma para defender sus privilegios y sus posesiones. Con el crucifijo en la mano, los curas daban bendiciones a diestro y siniestro, y el agua bendita caía siempre sobre las cabezas de los nobles o ricohombres. Mientras que los siervos doblaban el espinazo de sol a sol en las tierras de los señores por el módico sueldo de las migajas. El tiempo hizo que los siervos levantasen la testuz del terruño, mirasen al cielo azul y les diera por reivindicar. Aparecen en la escena los Robin Hood y los siervos abandonan el ámbito feudal y se convierten en los primeros autónomos de la miseria. Seguimos. Otro brinco histórico. Era de las Revoluciones. Con la Revolución Francesa y la cabeza de María Antonieta rodando sobre el espíritu de las leyes de Montesquieu accedimos al gobierno del pueblo para el pueblo. Llega la democracia, linda palabra, y firma un pacto de los ciudadanos con su destino. Como si fuera un chorro de aguarrás la democracia borra el tinte de la tiranía que dominaba Occidente. El pueblo, por fin, es dueño de sí mismo y elige a sus mandatarios entre los suyos. Votamos. Libres como el viento. A veces, hay fallos. Peccata minuta. ¡Larga vida a la democracia!

¿Terminó? Es mi turno. Permita que me ría de su peccata minuta. Mire, desde que el hombre es hombre hasta nuestros días, no le discuto cambios en las formas del comportamiento de la sociedad, sin embargo, amigo mío, el fondo permanece inalterable. Hablo de la naturaleza humana. Pecados capitales, por ejemplo. Caín mató a Abel por un plato de lentejas. Bueno, todos sabemos que detrás de la legumbre pujaba la envidia y la ambición. Y esas lacras las tenemos pegadas al culo como una lapa. Es el óxido que todo lo corroe. Las democracias deben protegerse con un antioxidante de primera: la Ley. Hablemos de la protección, aquí el antioxidante es La Constitución. Me da, querido amigo, que a la pobre se le pasó la fecha de caducidad o salió del horno con algún defecto de fábrica. La madre Constitución ampara una democracia que se les va de las manos a sus responsables. Los que nos gobiernan consiguieron que el parlamento se convirtiera en un ring donde se intercambian permanentemente trapos sucios, porque, no lo digo yo, es de sobra conocido, hay mucha mierda. A veces, si no ceno fuerte, sueño que se debate en el Congreso cómo hacer para que los trenes lleguen puntuales hasta los destinos más remotos, que es preciso aumentar el presupuesto en Investigación y Cultura, que la mesa de negociación con los que se quieren ir por la puerta trasera está conformada, que la solución de la emigración no pasa por las concertinas ni las cutres acogidas, que la reforma laboral mire por igual a ambos lados, que?, en fin, en este país ¡hay tanto con lo que soñar! Despierto a la realidad, tomo un antidepresivo. El Congreso de los Diputados es una máquina muy cara que se gripó. Los pastores que cuidan las ovejas perdieron el norte, se profesionalizaron, miran exclusivamente a su horizonte personal y olvidan el del rebaño. Mala cosa cuando en vez de descarriarse las ovejas, se descarrían los pastores. No digo más.

Ni falta que hace. A pesar de todo, le digo: ¡Viva la democracia!

Lo dice con menos ímpetu. ¿Sabe usted que dos calles más abajo hay una taberna en la que ponen la mejor tortilla de patatas?

Vamos. ¿Tiro por la derecha o la izquierda?

Por la que quiera, es usted muy libre.

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