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Juan Gaitán

Un largo y cálido verano

El calentamiento del planeta

El mar está ahí, frente a mi ventana, igual que siempre, mirándome, inocentemente azul, como si nunca hubiera hecho nada. Acaba de tragarse un buen montón de vidas que trataban de llegar a una oportunidad, a lo que imaginaban que era de verdad la vida. Hay que perdonárselo porque él también es un náufrago, aunque no lo sepa.

Siempre es el mar una esperanza que muta en amenaza. Cuando lo miramos, generalmente, no vemos en él su potencial de maldad. Federico García Lorca, que lo veía todo con otros ojos, sí lo percibió: "El mar es/ el Lucifer del azul./El cielo caído/ por querer ser la luz". Y así, con su "mano gigante", como dice Jesús Bienvenido, de vez en cuando da un zarpazo y se cobra su tributo.

La última de sus amenazas es colarse en nuestras casas. Se está comiendo el mar sus propias orillas, crece sobre la piel de arena de la playa y quiere pasear por las ciudades, andar por las calles y volverlas territorio líquido, zona de baño. El planeta se calienta, los polos se derriten aumentando el volumen marino, su cuerpo de agua, lo bastante como para que podamos mariscar en las colinas.

Nos hemos cargado el clima. Todo está descontrolado. En el jardín la buganvilla está impropiamente cuajada de flores en estos últimos días del otoño. También tiene flores el jazmín, que ya no se duerme nunca, y tampoco se ha dormido aún la salamanquesa que anida tras él. Le hemos pasado la cuerda al reloj de las estaciones y parece, dicen los expertos reunidos estos días en Madrid, que ya llegamos tarde para repararlo.

Hablar del tiempo ya no es un tema recurrente de ascensor, una de esas cosas de las que solemos hablar cuando nos molesta el silencio y no tenemos, en realidad, nada que decir. Ahora es una preocupación mundial, asunto de expertos y líderes, no una banalidad entre desconocidos que no volverán a verse.

El planeta se recalienta, sube su temperatura y el final previsto va a ser un largo y cálido verano. Precisamente, "El largo y cálido verano" fue el título que se dio en España a una película dirigida por Martín Ritt en 1958 cuyo guion se basaba en "El Villorrio", una fantástica novela William Faulkner. El protagonista, magistralmente interpretado por Paul Newman, es Ben Quick, un tipo arrogante, ambicioso y oportunista, un pirómano que prende fuego a todo cuanto le rodea, lo que parece una metáfora de la sociedad, del ser humano y de su infinita estupidez.

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