Sabemos, tras la rocambolesca elección de la mesa del Congreso, que cuando Sánchez anima a vetar a Vox lo que pretende es precisamente todo lo contrario: jugar con las inmensas posibilidades que brinda el extremismo para meter al resto de los adversarios del centroderecha, conservadores y liberales, en el mismo saco. Su credibilidad es la misma que cuando dice que gobernar con Podemos le impediría dormir. O aquello otro de "España necesita un gobierno progresista que no dependa de las fuerzas independentistas".Vox es un aliado perfecto de lo que airadamente manifiesta querer combatir. Su atronadora irrupción en la política, aunque algunos radicales y otros incautos no lo vean o quieran reconocer ha sido una trágica calamidad hasta ahora para la democracia. Pero eso no significa que el sanchismo vaya a dejar pasar la oportunidad de obtener un rédito de ello.
El partido de Abascal ha roto, por decirlo de alguna manera, el ecosistema de uno de los bloques, fragmentándolo, y contribuido, a la vez, eficazmente a la confusión con un repertorio de soluciones simples para problemas complejos que no tienen más mérito que la demagogia populista y el crecimiento de un liderazgo que más temprano que tarde quedará al descubierto. Ojalá sea pronto porque se trata de la misma retrógrada e inquietante burbuja nacionalpopulista que planea sobre otras democracias europeas.
El otro día Vox facilitó una superioridad abrumadora de la izquierda en la Mesa del Congreso después de vetar a Ciudadanos y mantener una disputa con el Partido Popular al que pretende seguir reduciendo a cambio de sostenerlo con pactos locales. Los periódicos conservadores han empezado a tirarle de las orejas a Abascal y a su partido. Los votantes de la derecha, una vez pasado el enfado ultra, deberían tener en cuenta adonde van a parar sus votos y a qué tipo de estrategias ayudan.
