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Matías Vallés

El turismo es el cambio climático

La industria turística, en entredicho

Si hemos de creer a quienes viven de la existencia de un cambio climático, y que perderían sus sueldos y privilegios en caso de estabilidad climática, volar en pájaros de aluminio es la temeridad más destructiva del planeta. La aviadicción se ha multiplicado por cien en medio siglo, hasta los 1.400 millones de turistas anuales en la actualidad. Dado que se trata de una actividad ociosa, se trata de suprimirla causando menos quebrantos que si se cercena otra forma de ganadería también tóxica, la vacuna. Claro que al mes siguiente de adoptar esa medida drástica se notificará el cataclísmico hundimiento del PIB, con lo cual se pasaría del fin del mundo al fin de mes.

El turismo es el otro nombre del cambio climático. Tiene guasa que el mismo pabellón madrileño de Ifema que alberga la grandilocuente Cumbre del Clima sea también la sede de la feria turística Fitur, donde los Reyes tuvieron que acceder por una puerta lateral para zafarse de la furia desatada de los taxistas independentistas. Es decir, se trata de disminuir el número de turistas en diciembre y de multiplicarlos en enero, sin molestarse siquiera en mudarse de recinto.

Es muy probable que se esté produciendo un cambio climático, es probable que el ser humano haya contribuido a causarlo y desde luego a acelerarlo, es poco probable que el ser humano pueda revertirlo y es imposible que el ser humano adopte voluntariamente las medidas necesarias para lograrlo, si consisten en impulsar e imputar simultáneamente a la industria turística. Los políticos se sienten tentados a decretar una moratoria del cambio climático, y a amenazar al planeta con graves sanciones si no la cumple. La gente seria deberá plantear subvenciones a las personas que se comprometan a no tener hijos, a no embarcarse en un avión y a no salir de un radio que puedan recorrer a pie. Mejor si además se entrenan para contener la respiración.

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