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¡La filosofía no sirve para nada!

La diferencia entre lo útil y lo valioso

El filósofo estadounidense Michael Sandel nos contó, al recibir el premio "Princesa de Asturias" de Ciencias Sociales, la historia de Reginaldo, un joven de una favela de Río de Janeiro que sobrevivía recogiendo objetos de valor de los contenedores de basura en los barrios ricos de la ciudad. Una vez encontró un libro roto y, aunque era analfabeto, se esforzó por entenderlo. El dueño de la casa junto a la que estaba el contenedor lo vio y le preguntó qué estaba haciendo. El libro roto contenía parte del diálogo de Platón sobre el juicio de Sócrates. El propietario de la vivienda, un profesor jubilado de filosofía, enseñó a Reginaldo a leer y a practicar la filosofía. Reginaldo se enamoró enseguida de la figura de Sócrates y hoy lidera los debates en la favela.

Yo también me enamoré de la filosofía con ese mismo texto, cuando tenía unos quince años y un viejo profesor me obligó a leerlo como castigo por haber pintado sobre las paredes del baño: "¡La justicia es una gran mentira!". Desde entonces, Sócrates ha sido un referente como hombre, filósofo y maestro. Intento transmitir esta pasión a mis alumnos todos los cursos; quizás por eso una de las cosas que más me cansa es tener que justificar la importancia de las humanidades en general y de la filosofía en particular: es como si alguien preguntase qué utilidad tiene besar. Exigir una explicación ya delata que el problema no está en el beso.

¿Para qué sirve la filosofía? Para nada. La filosofía no es útil, sino valiosa. Un sacacorchos es útil. Disfrutar de una copa de vino conversando con alguien a quien amas mientras cae la tarde y el tiempo se detiene es valioso. En el campo del conocimiento también podemos separar los saberes útiles de los valiosos. Todo saber que nos enseña a ser productores competentes de una mercancía es útil, aunque tal vez deberíamos preguntarnos ¿útil para quién? En cambio, todo conocimiento que nos ayuda a entender el mundo en el que vivimos, a disfrutar de la vida y nos acerca de algún modo al bien, a la belleza o la verdad, se convierte en algo valioso.

El filósofo francés Gilles Deluze afirmaba que cuando alguien cuestiona para qué sirve la filosofía nuestra respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta es irónica y tiene mala leche. La filosofía no es sirvienta de nadie. No sirve ni al Estado, ni a la Iglesia. No sirve a ningún poder establecido. No acepta más autoridad que la de la propia razón. Si para algo sirve la filosofía es para entristecer. ¿A quién entristecerá que los vecinos practiquemos la filosofía con la misma cotidianidad que ejercitamos nuestros cuerpos en el gimnasio? A todos aquellos que no desean que pensemos por nosotros mismos, que nos quieren sometidos, obedientes y estúpidos. Nuestra democracia corre el peligro de dejar la formación de sus ciudadanos en manos del poder económico. Cada vez son más los legisladores que preguntan a las empresas qué tipo de educación desean, como si la única función de la escuela fuese la de dotarnos de destrezas laborales y olvidasen que ser miembro de una sociedad democrática exige una preparación. Nadie nace con las capacidades para ser ciudadano: eso se aprende. Nadie delibera, discierne, juzga, dialoga, negocia, consensua y argumenta de forma espontánea, sino después de un aprendizaje. Nos quieren productores competentes con la misma fuerza con que anhelan que seamos ciudadanos y consumidores estúpidos. La filosofía es el mejor antídoto contra la estupidez. Por muy grande que sea la necedad con la que convivimos, sería aún mayor si no existiese la filosofía.

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