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Soserías

La nación: ¡qué ilusión!

El festival de regalos, holguras y viajes de la sociedad actual llega al debate territorial

Abordábamos la pasada semana el concepto de progresismo, tan usado en la escena política, para describirlo no como una idea de la teoría política a la que hay que dedicar reflexiones sesudas, incluidas lecturas de libros que nos distraen de los "tuits" y de la Champions, sino como una pasión, una emoción, una sensación de bienestar? Hoy toca desmenuzar otra gran noción muy en boga: la de nación. Porque es el caso que nos debatimos de nuevo en España acerca del número de naciones que existen entre nosotros ya que, hasta hace unos decenios, vivíamos tan tranquilos pensando que España era una nación y que como la madre no hay más que una.

Ya no es así pues esa percepción se corresponde con una época en la que España era pobre, los trenes llevaban vagones de tercera y los hombres una colilla entre los labios. Época de penurias, de privaciones, tan lastimera que no estaba para permitirnos el lujo de pensar en tener varias naciones cuando lo que soñábamos era con tener un par de camisas para poder mudarnos los sábados.

Todo esto es pasado, hoy refulge el consumo de las masas, tenemos los días de Oro, el "Black friday", festejamos al padre, a la madre, al cuñado anterior al divorcio y al posterior, a la suegra y a la exsuegra, al nasciturus? Siendo así que vivimos en este festival de regalos, de holguras, de viajes a Tailandia a echar un polvo, de añadas de vinos, de móviles y de la "play station" ¡vamos a conformarnos con tener una sola nación! Eso queda para países pobres cuyos habitantes carecen de imaginación, comunidades que son tristes y viven en un permanente desconsuelo.

Nosotros tenemos varias naciones. ¿Cuántas? Nadie lo sabe, pero en breve se va a convocar un concurso para que aquellos territorios que lo deseen se presenten a los exámenes de "nación". Serán méritos relevantes contar con un rey barbudo y linajudo en el pasado, una virgen mirífica, un campeonato de parchís acreditado, unas butifarras de chuparse los dedos, un conde señor de vasallos que vistió el hábito de Santiago aunque, a efectos de puntuación, el mayor de los prestigios vendrá de odiar a España, me refiero a la España de siempre.

¡Dichoso quien sea acreditado como nación! Lucirá sus galones y andará por el mundo espetado y altivo.

Pero quienes no alcancen tal dignidad no deberán preocuparse porque, como en la lotería, van a instituirse premios de consolación. Así está previsto que quien no sea una nación propiamente dicha, con todas sus banderas y estandartes, podrá aspirar a tener "aroma de nación" o sencillamente el "carácter", que es como una señal entre entendidos. O el "sonido" a nación de la misma manera que, si se acomodan bien la cuerda y el metal en una sinfonía, nos podemos imaginar una tormenta o una batalla. O "salero" nacional que se advertirá en cuanto sus políticos más encumbrados pronuncien cuatro palabras. Hasta podíamos ir pensando en ampliar la lista de sacramentos ahora que el Papa quiere crear el pecado ecológico.

Como se ve la nación, así concebida, tiene vocación de bastidor, apto para bordar en él hilos y más hilos del gran chanchullo. Aunque lo perverso es que también tiene vocación de trinchera desde la que amargar la vida al prójimo.

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