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Javier Cuervo

Un millón

Javier Cuervo

Titiriteros y catequistas

Durante quince días, los medios de comunicación pisamos a fondo en todas las predicciones catastróficas del cambio climático sabiendo, desde el principio, que no habría soluciones. ¿Y qué?

La Cumbre del Clima es impagable como hito del turismo de congresos porque son muchas carreras de taxi, habitaciones de hotel, cafés, comidas, publicidad... ¡Alegría! Ha sido un maná caído desde el cielo de Chile que ha atraído 20.000 personas a Madrid para algo que con las 500 adecuadas habría sido eficaz.

Como no iba a haber resultados prácticos, el gasto y la atención se desviaron hacia las conciencias. Los ciudadanos han sufrido un tren de borrascas sobre sus conciencias durante quince días. El fracaso es que la conciencia es un órgano moral que solo se puede operar en quienes la tienen. Los que carecen de ella -sean particulares que tiran un ordenador obsoleto al mar o presidentes de los Estados Unidos, China, India y otros grandes contaminantes- solo reconocen el castigo. Concienciemos a los concienciados, ya que no podemos castigar a los culpables.

La concienciación tiene buena fama, pero es una tarea en la que los fanáticos y los amorales alcanzan la excelencia. Esta vez ha llegado a nuestras conciencias en avión privado gracias a los feriantes del festival. Decenas de titiriteros y catequistas de la conciencia justificaron en Madrid las ayudas, subvenciones y programas que Naciones Unidas "implementa" a tal fin y coincidieron en la lavandería de imagen con algunas grandes empresas corporativamente responsables del crimen. Esa es otra: conviene ser moderados en la concienciación porque una de verdad paralizaría un sistema basado en una producción ingente para un consumo incesante.

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