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El Club de los Viernes

Ley de amnesia histórica

La necesidad de recuperar los valores de la Transición frente a los del Frente Popular de la II República

La primera fuerza que mueve hoy a la izquierda española es la mentira histórica. Solo acudiendo a ésta se puede ocultar la verdad democrática de la Transición, que comienza con la extinción del dictador Franco, en agonía personal y política, y triunfa con la aprobación de una Constitución similar en sus bases a la de cualquier estado europeo moderno.

Porque es esta la definición de Transición española: impulso que llevó a los españoles a refutar y enmendar el pasado antidemocrático protagonizado durante la II República por el Frente Popular, de izquierdas, y por su secuela antagónica, el franquismo. De una España donde lo democrático estuvo en franca minoría se pasó a la España del 78, con elecciones libres, alternancias en el poder y, mal que bien, con periodos de prosperidad solo reprimidos por la ignorancia económica de nuestros políticos. Pero la Transición sepultó bien al franquismo real y no del todo al comunismo ideológico. Por eso mismo hoy este intenta revivir convirtiendo a aquel en un mito presente, irracional como todo mito, pero útil para devolver a España al basurero de la Historia.

Las democracias sobreviven solo manteniendo una fuerte dosis de verdad y se destruyen mintiendo sobre la historia y sobre su realidad actual. Y es evidente que la actual generación de políticos, de izquierda en su mayoría, pero no solamente, se ha propuesto lavar y maquillar al totalitarismo comunista derrotado en la Guerra Civil y enterrado por la Transición Democrática junto a quien lo derrotó. Para salvar al totalitarismo del Frente Popular les es necesario, por tanto, negar que el franquismo ha muerto como hecho y como estado de opinión de los españoles y, a la vez, proclamar que la tiranía de los Negrín, Largo Caballero, José Díaz y Dolores Ibárruri no era tal sino su contrario. Una mentira simple al servicio de una propaganda enrevesada.

Y esta es la definición, también indudable, de la Ley de memoria histórica: intento de lavar la cara del totalitarismo izquierdista de la II República enfocándose en exclusiva en un régimen, el franquista, ya extinguido en el cadáver del general y, en verdad, inexistente como referencia para casi todos. Todo esto con el objetivo de imponer un régimen autoritario en lo político y empobrecido en lo económico.

En esto están los políticos socialistas y comunistas españoles de hoy, en resucitar como ángeles lo que fueron totalitarios dirigentes y secuaces del Frente Popular y de otros formatos políticos durante los años 30. Están en resucitar su propia voluntad antidemocrática señalando exclusivamente al antidemocrático y enterrado franquismo y aplicándose a fraccionar a los españoles en regiones venidas a más, en una cultura y una ética ciudadana venidas a menos y en una economía estatalizada que fabrique pobreza.

La receta incluye siempre empobrecer, porque sin la presencia de miseria material se quedan sin el discurso socializador y sin excusa para purgar a quienes piensen que a la prosperidad humana le es indispensable la propiedad privada y la libre empresa. Estas dos premisas, libertad y propiedad, lo son también de las verdaderas democracias y el final de éstas es siempre el corolario del gobierno omnipotente, regulador de lo que los ciudadanos deben hacer y no hacer, pensar y no pensar.

También le vendría bien a la izquierda, además, que hubiera franquistas en el parlamento democrático español para poder abolir la democracia al modo venezolano. Pero no, no hay tales y puesto que no los hay, necesitan inventarlos e intentar cumplir así no solo un insano deseo para España sino una legitimación del comunismo cubano-venezolano y un servicio a antidemócratas como Vladimir Putin, que ven en España una ocasión inmejorable para desestabilizar y someter aún más a la Unión Europea.

La Transición, ejemplar en su objetivo, enterró bien a Franco y mal al Frente Popular, es decir, al comunismo. Es hora ya de reprobar definitivamente a este porque solo donde se cumplen efectivamente los irrenunciables derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, hay democracia.

La sedicente ley de Memoria histórica, que reclama un falaz derecho a la amnesia, debe ser reemplazada por una voluntad inquebrantable de memoria fiel a la verdad. Sin esta perderemos la libertad.

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