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Jesús, en Belén de la Montaña

El pueblo valdesano que bien pudo ser la cuna de Cristo

Según los Evangelios, Jesús nació en Belén de Judá. Esta interpretación nos dice que ese Belén es una ciudad de Judea, al sur de Jerusalén. Pero, además de los cuatro Evangelios canónicos reconocidos por la Iglesia, hubo otras biografías de Cristo, apócrifas o legendarias, que cambiaban o añadían diversos detalles de la vida del Señor. En la ordenación de la Biblioteca del Seminario de Oviedo apareció un papiro, similar a un apócrifo, que traducido sitúa la cuna de Cristo en el pueblecito valdesano de Belén. El papiro dice así:

"En el año 26 de la llegada a Luarca de las invictas legiones, en los grises días del solsticio invernal, por el camino de naciente llegó a nuestro lugar una familia que constaba de dos personas. La mujer venía sobre un asno pequeño y fatigado. Vestían ropas pobres y desconocidas en este país. En su compañía llegó el publicano que cobraba el pontazgo del río Esva. Los encontró su colega en el pórtico de columnas, por donde pasaban los fardos y ánforas camino de las galeras, y comentó que aquella era la pareja más extraña que nunca había visto, pues, siendo dos, todos sus gestos y andares los iban haciendo como si entre ellos viniese una tercera persona invisible; Él mismo se había sentido tan atraído por ellos que les devolvió, la primera vez en su vida, los cuatro óbolos del peaje.

Los recién llegados no conocían las hablas astures y apenas el latín. Eran portadores, sin embargo, de una tésera o cédula sellada por los prefectos de Cádiz, Mérida y Astúrica (Astorga), otorgándoles licencia para empadronarse en el censo universal, que entonces se realizaba en una aldea de estas montañas, llamada Belén. El centurión que custodiaba el puerto mandó a los duunviros que los albergasen. Al día siguiente los encaminó hacia Belén y, para que no extraviasen la ruta que bordea el río Negro, ordenó a un legionario nativo que los acompañase diez estadios. Cumplidas las calendas, por la zona se propagaron extrañas nuevas. Se dijo que llegados a Belén, se habían refugiado en un cobertizo a la salida del pueblo y allí, al poco de llegar, la mujer dio a luz a un niño en medio de una noche henchida de luces e inquietantes signos. A las pocas horas, comenzaron a acudir pastores desde las brañas vaqueiras, valdesanas y tinetenses. Nadie supo explicar quién había convocado en el mismo punto a gentes de tan remotos lugares. Corrían alegres por los altos vericuetos trayendo sus regalos natalicios: odres de leche, quesos sin fermentar y hasta cabritos. El astrólogo que adivinaba en la villa sufrió un pasmo que le privó del habla hasta los idus de febrero, al ver una estrella nueva que entonces comenzó a brillar, con más fulgor que ninguna, en el ángulo del cielo que recortan las cumbres del Estoupo y de Panondres Y pasadas las semanas, los caminos trajeron al pueblo druidas y magos que, desde todos los castros de lugones, pésicos o albiones, se acercaban con sus tocados de ceremonia a rendirle pleitesía a aquel niño, con la más reverentes prosternaciones. Los vecinos de Belén no se recobraban de su asombro. Tras el empadronamiento fueron admitidos en el clan de la aldea sin necesidad de iniciación. Les construyeron una palloza redonda y les asignaron un quiñón de los bienes comunales. Y allí felizmente vivieron dos años. Luego marcharon en silencio. Nadie supo hacia dónde. Pero, más tarde, un buhonero fenicio, que trajinaba con adminículos de marfil y bronce llegó a este puerto para embarcarse hacia las islas Cesitérides. Mientras esperaba que se alzara propicio el viento austral, relataba sus viajes. Así llegó a contar cómo había tropezado en la Ruta de la Plata con una familia que hablaba arameo y que desde las montañas astures bajaba hasta Cádiz para embarcar hacia Oriente.

Los que estaban presentes en el foro marítimo de esta villa se miraron unos a otros y comprendieron de qué familia se trataba y por qué se había marchado de esta comarca. Sin embargo no le hicieron preguntas, ni hablaron entre ellos. La verdad es que nunca hablaban de aquella familia cuyo recuerdo les creaba una vaga agitación; no sabían si de inquietud o de alegría. Es que en el fondo de sus almas estaban convencidos de que tras el nacimiento de aquel niño todo era diferente."

Todos los años, en Belén de la Montaña (Valdés) se representa un Nacimiento viviente, en el que se lee este texto que nos recuerda que el niño Jesús, pudo haber nacido en este pueblín asturiano.

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