Me quedé sin cara.
La devoró el fuego.
Me la comió la llama.
Busqué por todo el mundo
una carátula, careta.
Ninguna me gustaba
ni me quedaba bien ajustada.
Además, todas eran de princesas
de risa atroz, replanchada y tiesa
o de Minnie Mouse, la ratona estúpida,
novia eterna del insufrible Mickey Mouse o
de pirata tuerto no del mar Caribe, sino de
charco de agua sucia y callejero.
No me enmascaré
mi rostro.
Lo dejé al aire,
mostrando con impudicia
mi historia de quemada
que ardió en la hoguera
de la vieja maldad,
siempreviva y oscura
cuando, deslumbrada, supe
que llegaría la hora bendita,
en la que, superflua la luz de la antorcha
y del sol y de la luna, los malvados enloquecidos
como onagros y bestiales cerastas del infierno
se arrojarán, cantando ripiosos himnos de guerra,
al estanque azul del azufre y el fuego.
Pero me dije que siempre sería non grata y rechazada por el comité de mandamases de mi colegio elitista y caro.
Necesito con urgencia un consuelo, defenderme, porque mis compañeras y compañeros son capaces de asesinarme.
No, no. No son criminales.
Soy muy injusta echándoles la culpa de que me sacaran de mi colegio de siempre, porque era muy caro.
La verdad es que está la humanidad en pecado mortal, pero no caerá del cielo el fuego santo purificador.
Lo único cierto, lo cierto, horrendo, atroz, rotundo es que en esta tarde invernal de diciembre me siento como Josefina a la que su madre no golpea, pero sí desprecia no mirándola jamás, no besándola ni dirigiéndole nunca una palabra.
Y ella, Josi, me dice que la quiere, pero que fue una niña que vivió y creció en desamor hasta los once años, cuando fue a vivir con su abuela que le dio cariño, ternura y todos los besos y caricias que le habían negado quienes debían amarla.
Soy injusta, mucho, porque nada tengo que ver con la historia trágica de Josi, pues mi madre es cariñosa, alegre, un cielo azul de mayo.
Y en esta invernal tarde me siento la vengadora Electra y haber escrito sus tragedias con el amor propio terrible de la gente tímida.