Alejandro: "Quiero compartir contigo una lección que me ha dado la vida después de pasar la friolera de 60 años en este mundo tan dado a la ingratitud y la indiferencia colectiva. Sé que hay dos maneras de llegar a lo alto de una montaña. Puedes hacerlo por ti mismo o puedes aprovecharte del esfuerzo de los demás sin poner nada de tu parte. O sea: subiendo a sus espaldas no porque no puedas hacerlo solo, sino porque es más rápido, cómodo y tranquilo dejar que sean los otros los que tiren de ti. Mi lección es: elige siempre la primera opción. Te lo digo en serio: la segunda es fuente de vilezas y mezquindad. Subir sin más ayuda que tus manos y tus pies te hace cómplice del esfuerzo enriquecedor y del sacrificio honorable, te exige orgullo bien entendido y pasión entendida como derroche de ilusiones.
Llegar a la cima no es la prioridad, tenlo claro: lo que importa es el viaje, disfrutar de la escalada, sentir cómo la aventura de luchar contra tus limitaciones se convierte en algo hermoso y esencial, aceptar el aprendizaje del camino por encima de las necesidades de triunfos, encontrar en la aventura íntima una conexión total y definitiva con los secretos fértiles del exterior. Y, esto es de importancia capital, si consigues alcanzar esa cumbre sabes que aún no ha terminado el viaje.
De hecho, acaba de empezar: entonces llega el momento de ayudar a los que vienen detrás, dejar el descanso para otro momento y desandar el camino si es necesario para echar una mano a quienes no tienen fuerzas para seguir, o han sido derribados por las circunstancias adversas, o se han desorientado y están a punto de tomar rutas equivocadas que conducen al abismo. Verás que hay quien hace todo lo contrario: se sube a hombros ajenos para ir rápido y descansado, y cuando la montura ya no es útil saltan y se escapan de quien queda atrás agotado y perplejo. Para llegar solos. A esos trepadores sin escrúpulos les espera un paisaje yermo donde no hay nadie con quien puedan compartir su victoriosa derrota. Y a ver quién les ayuda a bajar".
