Paladín de la obstinación, campeón de la supervivencia, ave fénix de todas las cenizas y aurora boreal de los amaneceres en rojo satén que aguardan a este país en entredicho, Pedro Sánchez ha conseguido su nunca disimulado objetivo político: alcanzar a toda costa la Presidencia del Gobierno. Por exiguo margen, con el apoyo encendido a cambio de cinco ministerios de aquellos que hace pocos meses le procuraban insomnio, y con el salvoconducto venenoso de la peor ralea nacionalista, a la que le importa un carajo la gobernabilidad de España, Sánchez ya tiene manos libres para iniciar una legislatura a prueba de bombas, pero plagada de minas.
A prueba de bombas porque el fantasma de ETA ha planeado sobre el debate de investidura como una sábana negra teñida de sangre, agitada por los activistas de Bildu, y ni aun así el candidato torció el rictus por la decisión arriesgada de abrir la puerta de su corral de ovejas y gallinas a los cachorros del lobo. A prueba de bombas también porque no habrá opción aritmética para una moción de censura, por mucho que la oposición llame a filas a la Brunete.
Pero el campo minado es abundante para el primer gobierno de coalición de socialistas, populistas y comunistas desde la Segunda República. Bajo llave están encerrados los compromisos con catalanes radicales y vascos; los mismos que bajo tierra han sembrado las minas. Ahora que ya es presidente, mienta, señor Sánchez, haga lo contrario de lo que haya prometido a la recia si esos acuerdos atentan contra la integridad del Estado y del resto de los territorios de España. Hágalo así aunque la legislatura dure un suspiro y después encomiéndese a su manual de supervivencia.