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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Tratado de idocia

La defensa política de lo propio en contra del interés de lo común

Decía mi abuelo el pastor mesetario que hay que andar con cuidado y sigilo con los idiotas, que cada vez son más y hasta deciden con sus votos quién va a ser alcalde. También solía contar, por otra parte, que es mejor ser idiota que alcalde, puesto que la alcaldía tiene fecha de caducidad y sin embargo la idiocia dura hasta la tumba, pues es calidad inherente a ciertas inteligencias ralas o encogidas.

Seguramente el abuelo, que era un sabio iletrado, lo desconocía, pero en sentido etimológico llamar idiota a alguien no es un insulto. En la Grecia clásica, idiota era aquél que se preocupaba solo de sus intereses privados y particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos. Si en la antigüedad protodemocrática era deshonroso no participar en la cosa pública, en la actualidad parece que lo habitual es lo contrario: desentenderse de los asuntos que afectan al común y preocuparse solo por aquellos que afectan a uno mismo o su bolsillo.

El sistema político español, que autoriza que el voto de un catalán valga de entrada más que el de un extremeño, que el sufragio de un nativo del País Vasco tenga más refrendo en el Parlamento que uno emitido por un paisano de Toledo, llena el Congreso de los Diputados de intereses territoriales que se anteponen a la virtuosa defensa del común.

Si en una acepción contemporánea y un poco traída por los pelos el "idiotés" griego pudiera aplicarse a aquellos responsables públicos que priorizan lo propio frente al bien común, la particular y cercano frente a lo general más extenso, cabe convenir que cierta cantidad de idiotez calienta los escaños del palacio de la Carrera de San Jerónimo.

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