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Los peligros del acantilado

La CNN paga una indemnización millonaria a un adolescente al que etiquetó como racista siguiendo a las redes cuando en realidad era acosado por una persona de otra etnia

A las personas de cierta edad, el apellido Sandmann les traerá a la memoria aquel Sandeman que, envuelto en capa portuguesa y tocado con sombrero cordobés, protagonizaba en 1965 un trepidante anuncio de jerez. Aunque deshilachado por medio siglo de desmemoria, el anuncio mantiene un fantasmagórico aroma a veloz persecución en descapotable y evanescente huida por las ruinas de un castillo erigido al borde de un acantilado. Sin embargo, el "caso Sandmann" es muy del siglo XXI, no de la TVE franquista de canal y medio en blanco y negro, y se reviste con los colores de la crispación política global, la ofensiva de la desinformación en redes y la lucha de los medios por mantener su primacía como generadores de información fiable. Un reciente acuerdo entre la familia Sandmann y la cadena estadounidense CNN, que habría pagado una indemnización multimillonaria para evitar un juicio muy dañino, ha rescatado el caso tras un año de desmemoria y obliga a reflexionar sobre el peligro para los medios de embarcarse en vertiginosas carreras con las redes.

El 18 de enero de 2019, dos días antes del primer aniversario de la investidura de Trump, Nick Sandmann era un adolescente de 16 años que, junto a otros estudiantes de un colegio masculino católico de Covington (Kentucky), había viajado a Washington para participar en una manifestación matinal contra el aborto. Al caer la tarde, el rostro de Sandmann, en cuya gorra roja podía leerse el trumpiano "Make America Great Again", se había hecho viral gracias a una foto y un vídeo de menos de un minuto.

Las imágenes mostraban a Sandmann encarado a Nathan Phillips, un nativo americano entrado en años que regresaba de un homenaje en Arlington a los indígenas estadounidenses caídos en Vietnam. Miembro del pueblo Omaha, establecido en Nebraska, Phillips tocaba un tambor a un palmo de la cabeza del joven y entonaba el canto tribal que desde el incidente de Wounded Knee (1973) se ha convertido en himno del Movimiento Indio Americano. Frente a él, Sandmann exhibía lo que podía interpretarse como una estúpida sonrisa o un rictus de burla. En segundo plano, otros jovencitos excitados reían, hacían muecas y fotografiaban la escena.

Tres millones de reproducciones y mensajes en Twitter y Facebook incendiaron las redes: en la explanada del "Lincoln Memorial" un grupo de unos 50 o 60 jóvenes católicos había incurrido en un claro delito de odio racista al burlarse y acosar a un activista nativo americano. La viralidad movió a los más relevantes medios de EE UU a subirse de inmediato a la noticia. Las consecuencias fueron especialmente duras para Sandmann y sus compañeros. Sufrieron amenazas de muerte y su colegio llegó a cerrar varios días para proteger sus vidas.

Sin embargo, a medida que pasaban las horas, surgían nuevos testimonios que ponían en duda las acusaciones iniciales. En particular, una grabación de casi diez minutos que abría el campo y mostraba cómo, muy cerca del grupo de jóvenes, se encontraban cinco activistas de la comunidad conocida como Israelitas Negros. Los supuestos descendientes de las tribus de Israel habían llegado primero. Voceaban sus consignas e increpaban a todo tipo de viandantes, negros incluidos, cuando comenzaron a concentrarse en las escalinatas de la explanada los estudiantes católicos, que habían fijado allí el punto de encuentro para regresar a Kentucky.

De inmediato, los adolescentes se volvieron blanco de los insultos. Los estudiantes, cuyo número crecía, respondieron con mensajes trumpianos, cánticos religiosos e iniciaron la "maorí haka", danza guerrera ritual popularizada por los "All Blacks", el equipo nacional de rugby neozelandés. Las diferentes versiones no dejan claro el momento de aparición de los nativos. Lo único innegable es que, ya con la tensión alta, Phillips se dirigió a Sandmann con sus cánticos y su machacona percusión. Según unos, para calmar los ánimos. Según los más, para contrarrestar con su himno una danza que interpretó como una burla a su comunidad, reforzada por gritos trumpistas en los que detectó odio. Entre ellos, el sempiterno "construye el Muro".

Los 16 años de Sandmann intentaron mantener el tipo frente a un Phillips al que sin duda veía, en un tres en uno, como un anciano estrafalario y dotado de una agresiva percusión, pero al fin y al cabo inofensivo. Esa conjunción de sensaciones explica sin duda la mezcla de tensión, guasa y estulticia reflejada por la foto.

Los datos adicionales llevaron a numerosos medios a rectificar. Otros, los más implicados en una ya vieja guerra con Trump, no lo hicieron. El joven Sandmann, por su parte, inició su contraataque: "No hice gestos con las manos ni movimientos agresivos. Creía que al permanecer inmóvil y tranquilo, ayudaba a calmar la situación. Para ser sinceros, se me escapaba la razón por la que se me acercó y me sentía confuso". Sin embargo, en un clima nacional de tensión en el que Trump salió en defensa del joven y varias personalidades y legisladores demócratas lo hicieron a favor de Phillips, la familia Sandmann subió la apuesta.

El 19 de febrero, demandaron a "The Washington Post" y le reclamaron 250 millones de dólares. Después actuaron contra cadenas como CNN y NBC (275 millones cada una) y contra la precandidata presidencial demócrata Elizabeth Warren, periodistas de "The New York Times", de la cadena ABC y otras personas. Ahora, el acuerdo con la CNN, cuyos detalles no han trascendido aunque su importe rondaría el demandado, ha resucitado el recuerdo del incidente y obliga a reflexionar sobre la actitud de los medios que mantuvieron su acelerada versión de los hechos.

Al igual que la irrupción de "bots" en el debate político lo distorsiona mediante un volumen creciente de falsas intervenciones en las redes, la exigencia a los medios de competir en inmediatez con esas mismas redes, sumada a la crispación política al alza, genera una presión adicional sobre los informadores profesionales. Así, en casos como el de Sandmann, algunos medios relegan las exigencias inherentes al papel nuclear que el ordenamiento democrático les asigna como cauce de la información veraz y contrastada imprescindible para un correcto funcionamiento del juego político.

Entre las consecuencias nocivas de esta disfunción sobresalen dos: aumenta la eficacia de los grupos dedicados a desinformar y crispar, y, en un plano diferente, genera altos réditos para el sector de la abogacía especializado en promover demandas y querellas, muy poderoso en EE UU desde los años de la presidencia Clinton.

En todo caso, y pescadores de agua turbia al margen, parece claro que la presión de las redes sobre la prensa es inevitable y creciente. Sin embargo, la batalla por la preeminencia de la información veraz sigue y debe seguir abierta, lo que obliga a recordar que los medios, con las limitaciones y lastres que puedan tener, constituyen la única fuente de información profesional y, por tanto, la más fiable. Un recordatorio que exige a los propios medios demostrar, día a día y con hechos, que lo son pese a las descalificaciones de crispadores y logreros. Y la mejor manera de hacerlo es evitar carreras alocadas al borde del acantilado. A Sandeman le funcionaban. Pero era en un anuncio de jerez, y fue hace más de medio siglo.

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