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Con los niños por montera

El intento de todos los sistemas absolutistas de apoderarse de la educación para someter a los menores a su ideario político

Andaba yo medio sumergido en los manglares con el agua por la barbilla y el bolígrafo entre los dientes cuando surgieron dos presas propicias: la ministra de Igualdad, Irene Montero, y la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, que miran inquisitivamente a la ministra de Educación y Formación Profesional, María Isabel Celaá, mientras afirma: "no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres". La España de los extremos oscila entre la afirmación taxativa de la señora Celaá y el grito de la "princesa del pueblo", a la sazón Belén Esteban: "¡por mi hija mato!".

Las dos ministras Montero fundidas en un abrazo político y con la palabra titubeante de la señora Celaá se han puesto a los niños por montera, en este caso por Montero, al considerar a la infancia una propiedad estatal, un bien ajeno al parto, un producto al que hay que aderezar desde los atriles, o encauzar a través de una "educación integral" desde la bancada azul. Según Irene Montero, ministra de lo mismo: "es una ruptura del Pacto de Estado contra la violencia de género", "los hijos de padres y madres machistas tienen el mismo derecho a ser educados en libertad". ¿Estará la joven ministra de Igualdad (31 años) pensando que sus hijos Leo, Manuel y Aitana no son de su propiedad, y que alguien puede disponer de ellos sin su consentimiento?

Todo viene a cuento de eso que llaman en Murcia "el pin parental", por el que los padres tienen que dar autorización para que sus hijos acudan a actividades impartidas por personal ajeno a los centros sobre igualdad, sexo, identidad de género o LGTB (sólo falta el cambio climático). Cuando hay tantas materias de gran utilidad para el porvenir de los estudiantes, a las que nadie parece interesar demasiado, y llega este asunto obligando a la gente a situarse ante la disyuntiva de apoyar la medida (Vox) o rechazarla (PSOE-Podemos). Este modo de politizar la educación me lleva a pensar en el camino hacia la cubanización de la enseñanza por el que vamos. Donde los escolares, perfectamente uniformados, se les adoctrina en los principios de la Revolución, formando agrupaciones juveniles llamadas "Pioneros de José Martí", donde les infunden su amor por el comunismo bajo el lema: "Pioneros por el Comunismo, seremos como el Che".

Pocos recordarán a los "niños de la guerra", que sus padres enviaron a Rusia huyendo de la hambruna de la Guerra Civil española. Eran niños de sus padres, que en poco tiempo pasaron a ser propiedad del estado soviético, y luego hijos de nadie. Los niños tienen el peligro de caer en el medio de las trifulcas de los mayores. Primero les hacen creer en los Reyes Magos, luego descubren que éstos son los padres, más tarde en la escuela les preguntan si son niños o niñas a pesar de su sexo, y ahora quieren enajenarlos hacia colectivos ideológicos para "educarlos en libertad", como si ellos no lo supieran ya desde que correteaban en pantalón corto por los pueblos y los parques urbanos. Atisbaban con picardía a las niñas mientras éstas orinaban tras los árboles en las riberas de los ríos carboníferos al grito del: "sufre más el que ve que la que enseña", o mientras ojean ahora en internet los misterios del disfrute del sistema reproductivo. Parece que en este momento se impone la enseñanza sexual dirigida, principios de libertad artificiosos, cuando sabemos que el crecimiento es un lento y calculado proceso de doma del infante decidido a pelear contra todo, pero sin la manipulación ideológica ni el forcejeo de los grupos partidistas tirando en sentido opuesto por cada uno de sus brazos como si de un botín se tratara.

Todos los sistemas absolutistas quieren apoderarse de los niños para reforzar su futuro sometiéndolos a su ideario político con la disculpa de respetar sus derechos. Los adiestran, los uniforman, los militarizan, les enseñan a saludar, les muestras las excelencias de sus postulados, cantan el "Cara la sol" en la escuela y al cabo de los años acaban convirtiéndose en enemigos de sus congéneres de generación. Como si los padres, por su propia naturaleza como tales, no quisieran para sus hijos lo mejor: que sean buenas personas, que estudien, que respeten a los demás, que no mientan, que cultiven la amistad. Y lo más difícil, darles buen ejemplo. Que es lo que va a perdurar para siempre en su recuerdo. Debe ser que ahora los padres son unos zotes que sólo valen para reproducirse como máquinas al servicio del estado. Por eso llegan las ministras para quedarse con sus hijos y educarlos a imagen y semejanza de los partidos. Y al final serán los tribunales quienes decidan de quién son los hijos y qué se puede hacer con ellos. Me quedo en el manglar.

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