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Baltasar Gracián y el legado de un visionario

La fatalidad de no darse cuenta de las propias carencias

Hay muchas cuestiones que no son duda, pero que por alguna razón (aunque sea ilógica) sacian nuestra curiosidad. Tenemos en alta estima al hombre íntegro, pero olvidamos que, junto al hombre hundido en el fango, podemos ver el genio sucio del instinto y las debilidades más insólitas del ser humano. La educación (muchas veces) es el espectáculo público que cumplimenta a la hipocresía; ya saben, en ocasiones, las páginas de la vida son sencillas verdades que acarician nuestra mórbida cabeza...

Estamos acostumbrados a transfigurar la realidad y a poner luz cálida en lugares en los que solo impera la oscuridad. Por esta razón, no vemos que, junto a lo que la sociedad considera despreciativo, está la autenticidad irrefutable del hombre que no tiene nada que perder. Lo opuesto no siempre es adverso. Todos en algún momento de la vida hemos sido rupestres, y gracias a la educación hemos cambiado la aspereza por dulzura. Hace pocos días, en un bar de los que una entra para tomar apuntes, sumergí la razón en cerveza y me puse a disposición del instinto. Mi maestro José Luis Alvite me dijo muchas veces que: "junto a lo vulgar encontraría el refinamiento de la prosa". Y siempre (sonrío) procuro hacerle caso. La vida, mejor dicho las vivencias (las de cada uno), son un espectáculo que lleva la fortaleza de nuestra mente. Sinceramente creo que una de las peores fatalidades del ser humano es no darse cuenta de sus carencias. La rutina proporciona una apariencia de normalidad, pero en las distancias cortas se puede ver que no es así... En los espacios comunes podemos ver que vivimos rodeados de personas que son sustancia profunda de ignorancia. Personas que con exactitud (desde el primer saludo) demuestran su imbecilidad. Hace no mucho un buen amigo en un artículo los llamo "inquisidores con móvil". Hay condiciones que consiguen explicar mucho y además sin hablar.

La soberbia es la aguja que cose con entusiasmo las ganas de contradecir. De nada sirve ser hábito de finura si el hedor de lo grosero se huele de lejos. Hay cosas que no son sombra del cuerpo, creo (opinión subjetiva) que son la consecuencia de no ver que junto a la boca (hasta el más tonto) siempre obtiene rédito. No debemos olvidar que muchas personas suplen la frigidez mental hablando... Hablar es un placer fugitivo que sin darnos cuenta nos arroja contra nuestras carencias. Lo que sale por nuestra boca es la resta entre el cerebro y la búsqueda. Muchos días leo a Baltasar Gracián. Junto a su legado encuentro el patrimonio de un gran visionario que basó su existencia en el mutismo y la observación. Hay un libro suyo que lo encuentro indispensable, "Oráculo manual y arte de prudencia". La verdad, todos sus aforismos, son el convencer que logra la concordia junto a la voluptuosidad del silencio y la fuerza de la sabiduría. Con él pongo el punto y final a mi columna de hoy: "Varón prevenido de cordura no será combatido de impertinencia".

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