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Un instante de Gloria hace mil años

Recuerdo de un antiguo encuentro con la poeta

Hace mil años -bueno, a lo mejor estoy exagerando un poco- emprendí la aventura de ir desde Gijón a Madrid en autostop y sin apenas un céntimo para conocer a Gloria Fuertes. Tuve la fortuna de que me acogiera en su casa la pintora Trinidad Fernández, a la que nunca agradeceré lo bastante su hospitalidad. Trini -que así le gustaba que la llamaran- era buena amiga de la gran poeta, que vivía en el portal de al lado.

Estaba muy nervioso cuando llamé a la puerta de Gloria. Ella, aunque avisada por su amiga, tomó mil precauciones para asegurarse de que quien hacía sonar su timbre no era un peligroso delincuente. Su casa se me antojó un castillo inexpugnable. Tras muchas preguntas desde el otro lado de la muralla, y convencida de que un servidor era de fiar, bajó el puente levadizo después de deslizar un sinfín de cerraduras y me permitió entrar en su sancta sanctorum. Nunca mejor dicho lo de sancta sanctorum, porque allí se esparcían, ordenados, montones de fotos, cuadros, recuerdos de viajes, juguetes, pequeñas esculturas y otra multiplicidad de reliquias diversas. Y, entre todo aquel cúmulo de objetos que tanta memoria acumulaban, estaba ella, la poeta más famosa de entonces, sobresaliendo en medio de aquella exuberante escenografía.

Gloria se encontraba en un momento bajo. Rezumaba tristeza en cada frase. Toda la conversación giró en torno al pesar que la aquejaba: un desamor. Tomé muy pocas notas, solo la escuché. No era el momento para una entrevista. Apunté, eso sí, que me parecía un ser muy frágil y muy fuerte a la vez, aunque a mí me mostrara solo su parte más débil.

Comprendí su pena y no quise incomodarla con preguntas que llevaba preparadas. La poeta, encerrada en su casa como el gusano de seda de uno de sus poemas, estaba "escondida en su capullo para que nadie la viera llorar". Pero también me mostró alguno de sus destellos alegres, como fuegos artificiales que de repente iluminaran la noche. Y entre esos destellos destacaba su amor por la vida: "Me chifla todo, estoy chiflada". Pero todavía hubo otro más cuando, dándose cuenta de que estaba lamentándose de sus defectos, se repuso de inmediato y dijo: "Convertí mis defectos en afectos y me quedé tan guapa".

Y eso me bastó para sentirme satisfecho con la breve visita.

Ahora he tenido la gran suerte de leer estos destellos en el libro "Gloria Fuertes para niños y niñas", publicado por Blackie Books. El concepto que Gloria tenía de los niños era muy amplio. Abarcaba desde los 3 a los 103 años, edades a las que va dirigido, precisamente, este libro compilatorio, que recomiendo encarecidamente.

Con este libro, tan bien editado, he vuelto a entrar en su casa, a recordarlo todo y a conseguir ver también la otra cara de la luna de Gloria, la que su eclipse de tristeza me ocultó aquel instante de hace mil años.

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