Encuentro, en la barra del bar donde le echo un ojo al periódico, al fisioterapeuta del barrio. Es un tipo muy apreciado que practica un tipo de masaje japonés, de nombre "Shiatsu". Tiene unas manos increíbles, pues localiza los nudos musculares y los deshace a base presión. Manipula los ligamentos con una sabiduría inconcebible mientras te explica los meridianos corporales por los que circula la energía vital. Sales de su consulta dolorido y agradecido a la vez. A las cuarenta y ocho horas de su actuación, te encuentras como nuevo.
Tras saludarnos, caigo en la tentación de contarle lo de la neuralgia agazapada detrás de la puerta. Me pregunta por los síntomas y le hablo de la ligera dificultad respiratoria que precede a las explosiones de dolor. Me toca ligeramente la garganta y dice que tengo un "bolo histérico".
-¿Te duele un poco al tragar? -pregunta.
-Un poco, sí -respondo.
-Procura no agobiarte, es puro estrés.
Vuelvo a casa con el bolo histérico perfectamente instalado en la faringe. Ya no es una amenaza inconcreta, sino un bulto. Me parece más manejable un bulto que un fantasma. Atravieso el resto del día sin realizar movimientos bruscos y alcanzo la noche sin que la energía de ese bulto se haya transformado en la materia del daño. Me acuesto pronto, por si acaso. Mañana veremos.