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Xuan Xosé Sánchez Vicente

La próxima, la de ojos rasgados

El "agujero negro" en que se encuentran las grandes obras de Asturias

La inquietud proveniente de China no nos va a abandonar durante un tiempo, pero, sin embargo, algunas informaciones nos tranquilizan parcialmente, por ejemplo, cuando sabemos que conciudadanos y coterráneos, como nuestro amigo Jaime Santirso, han regresado y que cuando ustedes lean estas líneas él habrá salido ya de la cuarentena. Otros siguen allí, como Santiago Herrero, que ejerce su labor como médico en Changchun, ciudad que tiene, según él, "la apariencia de una ciudad fantasma" -supongo que como otras tantas.

Aquí, sin embargo, las cosas siguen su ritmo habitual, es decir, cercano a la inmovilidad absoluta. Por fortuna, los clásicos nos han creado una parábola que describe a la perfección nuestra no-historia. Es la tan divulgada "Leyenda del fraile y el paxarín", tan extendida en la Europa medieval y reconfigurada por Alfonso X en su Cantiga CIII: Un fraile que duda de si sería aburrida o soportable la contemplación de Dios por toda la eternidad como única fuente de placidez sale de su convento y se entretiene en escuchar un paxarín durante lo que él cree unos segundos. Cuando vuelve al convento han pasado "grandes trezentos anos ou mais". Es la forma en que la divinidad le hace ver que, si la contemplación de una simple criaturilla puede divertirlo tanto tiempo, ¿qué no hará la de su Creador? Pues bien, en nuestro caso, cuando un asturiano volviese de un trance semejante hallaría que todo sigue igual.

Ramón Díaz, aquí en LA NUEVA ESPAÑA, ha preferido acudir a una metáfora cosmológica para definir la misma realidad: "Asturias, un agujero negro". En ella repasa una serie de obras que, si no proceden del big-bang democrático, llevan sin terminarse o están a medio empezarse o sin empezarse desde lo que, en tiempos de paciencia ciudadana y democrática, es una eternidad. Carreteras, como las de las estrechas vías que hoy unen la costa occidental con los pueblos de nuestra frontera sur, y que están provocando una tan sostenida movilización de vecinos, empresarios y políticos, o la Autovía del Suroccidente; polígonos industriales que se han convertido en una quimera, tales la Zalia o Bobes, poco más que barro y plumeros; proyectos ferroviarios que discurren con la lentitud de un caracol en el desierto, así la Variante del Payares, el soterramiento de Llangréu, el Plan de Vías y metrotrén de Xixón; depuraciones que nunca pasan de las musas al papel, digo, del papel a las tuberías y los desagües, como la de Xixón, cuya conclusión habían prometido los señores Borrell, Silva y Areces en cinco años, allá por 1991; espacios urbanos que parecen existir únicamente para que sobre ellos se tracen planes y promesas por todo tipo de gobiernos, partidos y políticos, como el entorno de Santullano y la fábrica de armas de La Vega; instalaciones industriales como la regasificadora de El Musel, que devenga pagos y nunca ha funcionado? ¿Y por qué no hablarles de las fechas que sucesivamente se han ido prometiendo como fiensos para la conclusión de la obra y su puesta en funcionamiento? Pero para qué causarles un imparable ataque de risa o melancolía, según su humor.

Por cierto, a propósito de la inquietud que de China proviene, ¿han anotado ustedes que allí han levantado un hospital gigantesco, para mil camas en solo diez días?

Y volviendo a nuestras sempiternas obras: cuando lleguen las próximas elecciones, municipales, generales o autonómicas, miren directamente a los ojos de los candidatos. ¿Para ver si les mienten? No. Para ver si tienen los ojos rasgados. Escojan a esos.

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