Una iniciativa de la Asociación de Antiguos Alumnos para pedir que la Universidad Laboral se convierta en Patrimonio de la Humanidad ha desempolvado el debate sobre el simbolismo de este popular edificio con una fuerza inusitada. La espita la abrió la alcaldesa, Ana González, al rechazar la propuesta, apelando a los orígenes franquistas del complejo. Desde entonces, se ha desatado un chaparrón de reacciones a favor y en contra de promover una candidatura ante la Unesco, algunas condicionadas únicamente por la ideología y otras guiadas por consideraciones técnicas, culturales o sentimentales. El acalorado debate ha derivado en un poderoso movimiento ciudadano que ha recogido en apenas dos días unas 7.000 firmas para apoyar la idea. Casi todos los sectores de la sociedad gijonesa se han pronunciado al respecto. La polémica, lejos de amainar, crece por horas.

Los usos y disfrute de la Universidad Laboral han sido durante décadas motivo de discusión en la ciudad. El mayor edificio civil de España, de 270.000 metros cuadrados, proyectado como orfanato para hijos de mineros por un equipo de arquitectos dirigidos por Luis Moya e inaugurado en la década de los cincuenta del pasado siglo, ha experimentado continuos cambios, no exentos de controversia. Durante mucho tiempo, la dirección del centro se encomendó a la Compañía de Jesús, mientras que el cuidado de las instalaciones fue responsabilidad de la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara. La construcción contaba con todo tipo de equipamientos: piscina, jardines, teatro, capilla... Y por sus aulas pasaron miles de jóvenes procedentes de toda Asturias y del resto de España para recibir formación en diferentes especialidades. Su inclusión en el sistema público de educación lo convirtió en el instituto más grande del país, con unos 3.000 estudiantes matriculados.

Pero el coloso entró en decadencia a finales de los setenta y su posterior abandono le llevó al borde de la ruina. Durante largos años, los gijoneses debatieron sobre el futuro del singular edificio. Había que llenarlo de contenido porque, de lo contrario, el continente se vendría abajo (incluso se planteó su demolición para construir viviendas). A principios de esta centuria fue el entonces presidente del Principado y exalcalde socialista Vicente Álvarez Areces quien lideró una gigantesca operación. Tras una inversión millonaria, la Laboral recuperó el hálito para acoger la Facultad de Comercio y Turismo de la Universidad, el mayor teatro de Asturias, el Conservatorio de Música de la ciudad, la Escuela de Arte Dramático del Principado, un espacio de creación industrial, oficinas municipales, un centro de I+D de ThyssenKrupp, la sede de la Radiotelevisión Asturiana y una torre mirador que hace las delicias de miles de visitantes cada año. Además, es pieza clave de la conocida como "milla del conocimiento", un gran área de progreso económico y social. "Esta obra fue uno de los mayores empeños de mi carrera política", llegó a reconocer el propio Areces.

La resignificación del edificio, no sin polémicas por el gasto descomunal en muchas de las actuaciones, reconcilió a los gijoneses con aquel fantasma que proyectaba su alargada sombra en el límite de la zona urbana y la rural. De ahí que resulte extraño que la polémica haya saltado ahora desde las filas socialistas. Al margen de esto, no cabe duda de que la ciudad debe tratar de recuperar el consenso roto sobre el complejo. Al margen de proponer más o menos reconocimientos, Gijón necesita seguir bebiendo del impulso de la Laboral.