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Tolinas

El hogar de los antepasados

Todos tenemos un punto del mapa en el que no somos extranjeros: el mío es Tolinas, la aldea de mis antepasados, mi segunda casa. Un pequeño lugar del concejo de Grado con una sinuosa y engañosa carretera por la que parece que nunca se acaba de llegar. Pero en este espejismo no hay pérdida ni sorpresa, porque ese pueblín nos devuelve la misma mirada que cualquier otro de la Asturias "vaciada", epíteto de moda con el que se pretende apuntalar al ya de por sí desalentador adjetivo de "deshabitada".

En los pueblos, de cualquier manera, aún pervive esa parte de cada uno de nosotros desperdigada a lo largo de más de la mitad de la región y que tiene por huésped a un dos por ciento de la población asturiana. Nada tienen de particular unas casas cerradas o unos hórreos que no guardan ya más que vestigios de la antigua labranza como no sea la capacidad de articular emociones y recuerdos. Sentimientos que una vez formaron parte de la maleta que se vieron obligados a hacer nuestros mayores en su mudanza al edén urbano. Sin embargo, lo que no hemos podido trasladar es ese paisaje bellísimo, ahora herido por un proceso evolutivo que, sin vecinos que lo trabajen, acabará pronto bajo la lápida de matorral montuno. Las únicas dos o tres chimeneas encendidas que se ven por esos lares nos traen a la mente que, antes de que prescindiéramos de ellos convirtiéndolos en silencio, estos escenarios estaban colmados de gente. Se vive como se piensa y nos cuesta ver como modelo de vida lo que en la actualidad solo es, en el mejor de los casos, memoria enmarañada de ternura.

Y, entonces... ¿qué hacemos con estas aldeas? No es que necesitemos expresamente a ninguna en especial para construir el futuro, pero sí resulta imprescindible recuperar el conjunto para dar sentido e identidad a una comunidad como la nuestra. No nos podemos permitir tantos kilómetros cuadrados de soledad, de territorio envejecido y despoblado. A primera vista, es una renuncia exagerada y en una visión más reposada, inasumible. Hasta el punto, que hacemos noticia de los valientes que se atreven a repoblar los páramos de nuestros recuerdos. Retornar al mundo rural, pese a que a muchos les parezca utópico, no tiene por qué ser una heroicidad inocente o una derrota anticipada que no sabe de oportunidades coherentes. Lo que desde la pradera de Tolinas se ve es, precisamente, ausencia de jóvenes y, por lo tanto, de conexión con retos emprendedores.

Empezamos esta década penalizados ya con cifras preocupantes: veinte residentes menos cada día en el territorio asturiano y con tan solo once concejos que han recuperado población sobre sesenta y siete que la pierden.

Muchos pensarán que para que haya renacimiento del mundo rural es necesaria la crisis de la ciudad porque ambas opciones no son sostenibles. Y es verdad que, economía aparte, no tenemos gente para tanto. ¿La industrialización sustituida por la ruralización? Tampoco. Hoy por hoy, parece una quimera. En plena ola de conciencia ecologista necesitamos un detonante, un conjunto de grandes ideas que nos permitan dar la vuelta a la tortilla. A lo mejor, habría que empezar por hacer una lectura positiva del campo, sacándolo de nuestro corazón y poniéndolo en el contexto de la efectividad. Dejar de contemplarlo con victimismo indolente. Frente a la emergencia climática, Europa quiere orientarse hacia la industria verde. Una transición a una nueva economía para la que se han prometido importantes ayudas.

No sé... Tolinas se muere. Son ya muchos años perdidos para hacer realidad lo que ahora parece imposible. Queda lo que fue y lo que nunca se hizo. Tan solo resta esperar por lo que se pueda hacer antes de que quede inmóvil y sin pulso. Todos pertenecemos a un pueblo y a él acabaremos volviendo... pero mejor que no sea a su funeral.

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