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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Loas a los muertos

No digo que sea el caso del ilustre finado recién entregado a la tierra o al viento, el mecenas y filántropo Plácido Arango; o del veterano político cuyo obituario rubricamos esta misma semana, el inefable Fernando Morán. Ni de alguna de las calaveras eximias que a lo largo del pasado año nos dejaron en hora prematura, como Vicente Álvarez-Areces, Juan Cueto, Arturo Fernández o mi añorado Paco Prendes, cuya memoria pervive en sus incontables escritos, como certifica la hemeroteca. Pero no hay como morirse para que hablen bien de uno. Es más: si a oídos de alguien llega un torrente de halagos e hiperbólicos parabienes acerca de su persona, dese por muerto.

Líbrenos la providencia del agasajo desmedido y de la adulación exagerada, no vayan a ser barrunto de la proximidad del certificado de defunción. Es en el momento en que uno comienza a criar malvas cuando el corifeo de plañideras entona las mayores loas y cuando se dictan los más exaltados panegíricos. Es muy propio de la condición humana hablar mal del que vive y mitificar después a los muertos. Muy de la envidia patria lo primero y del remordimiento de conciencia lo segundo.

Puede que ese deseo de diseccionar "post mortem" a las celebridades encaje como un guante en la mentalidad voyeurista tan en boga en estos tiempos: cirujanos de la actualidad realizan la autopsia psicológica del personaje, destripan su personalidad poliédrica desde diferentes planos, revisan sus escritos y sus hechos; escrutan sus palabras y sus silencios? A esta sociedad de la imagen le encanta espiar por el ojo de la cerradura. Incluso la quietud hierática de los cadáveres aún no descompuestos. Aunque a los muertos con pedigrí les perdonamos todos.

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