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Cuando en la Laboral se criaban toros miuras

Una anécdota de los años sesenta y el significado democrático, totalitario o nacionalista de los edificios

Debía de tener el que esto escribe alrededor de 20 años. Alguien me recomendó que asistiera a una conferencia de un joven político que, me aseguró, decía "verdades como puños". Se impartiría en el salón de actos de la Escuela de Comercio de Gijón. Lamento no encontrar la libreta en la que anoté la fecha exacta.

Me arriesgo a fiar a la memoria, de la que tanto desconfío, la reconstrucción de lo que sucedió en aquel acto.

Acudió poca gente. No creo que fuéramos más de cuarenta personas. El orador vestía impecable traje azul oscuro y camisa y corbata también azules. Hasta sus palabras eran azules, de un azul extremado. Habló de pie, declamando con voz engolada y un tanto impostada. Se notaba demasiado que le gustaba escucharse a sí mismo. Empezó disertando sobre ciertas conductas deplorables que, aunque minoritarias, podían ser contagiosas y extenderse por todo el territorio patrio si no se les ponía drástico remedio.

Situémonos. Estábamos en 1967. Todavía nos quedaban diez años de aguantar la dictadura de Franco. Y el orador era un falangista franquista con un cargo importante.

Sigamos. El conferenciante iba embalado con su ampuloso discurso cuando se paró en seco, miró al público y, como si fuera un actor cegado por los focos, preguntó:

-¿Hay señoras en la sala?

Dijo señoras, no mujeres, lo recuerdo bien. Y lo pronunció en tono protector, como para preservar los delicados oídos femeninos que hubieran ido a escucharle de la indecencia que iba a largar.

Una de las "señoras", pues sí había en la sala, se convirtió en portavoz de las demás y le recriminó:

-Siga su discurso y no sea condescendiente, estamos preparadas para oír lo que sea, nosotras no necesitamos de sus cuidados paternales.

Él no se dio por aludido y continúo su encendida perorata.

-Pues sepan ustedes que hay lugares de España en los que se están produciendo hechos escandalosos que habría que cortar de raíz. Por ejemplo, en algunas playas de Valencia, ¡hay concursos de aparatos masculinos!

Hizo una pausa teatral para comprobar el efecto que había producido su revelación.

Oyó lo que no esperaba: risas entre el público, sobre todo de las "señoras". Le dieron a entender que aquello tan bochornoso les resultaba de escaso contenido escandaloso.

Enlazó este hecho "tan inmoral" con el antídoto educativo que deberían recibir los jóvenes, precedido por una frase grandilocuente, inflada con el aire de la solemnidad.

-Nuestra juventud debe empaparse de las grandiosas esencias de nuestra nación nutriéndose de sus valores espirituales.

Y fue casi para concluir cuando soltó el argumento que me quedó grabado en la memoria, y que hasta ahora no me había animado a poner por escrito.

-Sepan ustedes que la Universidad Laboral de Gijón y las de toda España fueron ideadas por don José Antonio Girón de Velasco, ese gran patriota que contra la oposición de viles conjuras (no explicó de dónde partían esas viles conjuras) mandó erigir universidades laborales en nuestra nación, como esta tan grandiosa de Gijón, para criar, lo voy a decir bien alto y bien claro, ¡para criar toros miuras para España! Sí, esa fue su intención, pero entérense ustedes que el Opus Dei puso en manos de los jesuitas esas universidades ejemplares para castrar, sí, lo repito, ¡para castrar a esos toros miuras!

El ampuloso discurso concluyó sin turno de preguntas. El disertante se bajó sin bajarse de su pedestal oratorio, se acercó a las "señoras" y les pidió disculpas por si en algo él, tan caballeroso y varonil, pudiera haberlas ofendido.

Y salió escaldado.

La misma señora que le afeó su prepotencia le soltó:

-¿Por qué se refiere a nosotras? A lo mejor ofendió a algún varón. Vuelve usted a ser condescendiente. Una vez más, y con toda educación y firmeza, le reitero que no necesitamos de su protección.

Sin entrar en la acalorada discusión entre los que desean o rechazan que la Universidad Laboral sea declarada Patrimonio de la Humanidad, esa controversia ha propiciado que el recuerdo que he relatado se me viniera a la cabeza.

A esa polémica solo quiero aportar una nota para la reflexión extraída de un libro esclarecedor, "La arquitectura del poder", escrito por Dayan Sudjic. Se pregunta Sudjic: "¿Existe lo que se llamaría un edificio totalitario, o un edificio democrático, o nacionalista? Y si existen, ¿qué es lo que da a la arquitectura semejantes significados? ¿Pueden las columnas clásicas o las paredes de cristal considerarse símbolos fascistas o democráticos, como dicen algunos? ¿Y son estos significados fijos y permanentes o pueden cambiar con el tiempo?".

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