Uno contempla en los noticieros las imágenes de las calles de Milán vacías de gente y tráfico y se le va inevitablemente la cabeza a "The Walking Dead", la recreación televisiva de un planeta arrasado por muertos vivientes que se dan un festín de higadillos, riñones y otras vísceras a costa de los pocos vivos que van quedando, recluidos entre alambradas, armados hasta los dientes. En el serial, todas las ciudades han sido arrasadas por una plaga de desconocida procedencia. Y así, una simple gripe mal gestionada está poniendo a Italia al borde del caos, con 16 millones de personas recluidas en el norte próspero, en regiones que sujetan la economía del país, como Lombardía y el Véneto. Aún nadie se ha comido a nadie, pero todo se andará... (metafóricamente hablando).
En esta película de terror, el papel de zombis corresponde no a los enfermos que amenazan con colapsar los hospitales si la progresión de casos pasa de aritmética a geométrica, sino a las autoridades que, descabezadas, no saben a qué carta quedarse, si a la de mantener los mensajes de tranquilidad pese al avance de la enfermedad o la de la toma de decisiones radicales, como las que fueron habituales en China, en el arranque de la epidemia; o las que se están aprobando, en medio de una monumental polémica, por sus connotaciones sanitarias, sociales y económicas en el norte de Italia.
No es cuestión de generar mayor alarma en la población y en las bolsas, después de otro lunes negro sobre el parqué, pero ¿qué hacemos con las Fallas, que congregarán a decenas de miles de personas en las calles de Valencia? ¿Y qué con las procesiones de Semana Santa en media España?