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Clave de sol

Ya es pandemia la epidemia

La atropellada gestión política de una crisis peligrosa

El mal se nos ha presentado súbitamente delante de casa, al otro lado de la calle, en el gran centro escolar ovetense que se ve desde el balcón y en el que, cuando esto escribo jueves día 12 a la tarde, ya se contabiliza un alto número de contagiados y la rápida muerte en el Hospital de un conocido profesor y amigo: Avelino Uña, salesiano de 68 años y persona clave del importante centro de formación profesional. Vaya mi condolencia a la familia y a los salesianos.

Esto explica que lo interpretado hasta entonces con relativo desenfado por su aparente lejanía -¡cosas de los italianos!- se haya transmutado en motivo de preocupación vecinal. La familia ha empezado a poner el termómetro mañana y tarde para comprobar que no pasamos de los canónicos 37 grados, como venturosamente así es al menos de momento. E intensificando la frecuencia y rigurosidad de la higiene personal.

La situación parece que requiere algunas cautelas en los gestos de mutua cortesía como los apretones de manos, también en las iglesias, o los besos ocasionales. Lo que da lugar a escenas de titubeos y desaires sin graves consecuencias, pero que pueden tener repercusiones en un futuro cambio de costumbres. Y es que la súbita alarma ante lo repentino y abrupto del inesperado coronavirus de la China sin duda va a tener consecuencias de rebote.

Tocaba este martes la periódica visita al supermercado para el normal abastecimiento doméstico. No hace falta decir que el enorme establecimiento estaba lo que se dice hasta los topes y que productos de habitual consumo ya se habían agotado. Razón evidente: la súbita alarma casi general ante la llegada de la plaga de nuestro tiempo a la mismísima puerta de casa.

La inesperada situación nos recordaba a los mayores antiguas vivencias de nuestra ya lejana infancia y adolescencia. Entonces proliferaban las colas para adquirir alimentos, algunos racionados, o ante los centros de vacunación contra la viruela, el tifus, la polio, el sarampión, la fiebre amarilla, el piojo verde o la peste negra.

Salvo en el aspecto médico facultativo, capitaneado por el heroico doctor Simón, la actual gestión política de la crisis consiste en un enfoque diríamos que fisiocrático: dejar hacer y dejar pasar porque la crisis se resolverá por sí misma. En esas estuvimos -a verlas venir como quien dice- hasta hace pocos días.

Ahora el Gobierno, tras el último Consejo, trata de recuperar protagonismo después de haber alentado y aún participado personalmente en las aparatosas manifestaciones feministas del último domingo que han contribuido a multiplicar el mal. Y lo que es peor, saltándose las recomendaciones sanitarias y expulsando a los representantes de diferente signo político.

En fin, vista la súbita, inusitada e imprevisible gravedad del caso, el enfoque político de una crisis de alcance internacional presenta muy inciertas consecuencias a plazo en cuanto a sus repercusiones sociales y económicas por la atropellada gestión de la autoridad política que estaba a verlas venir. Aparte de la generalizada y tardía psicosis en exceso alarmista de la población.

Ya se apunta la posibilidad de declarar el estado de alarma.

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