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Myriam Mancisidor

En casa con Selva y Mikel, diario de un aislamiento en familia

Myriam Mancisidor

Paseo por un parque jurásico

Sí, es verdad. Me lo había dicho mi amiga Estela, pero no lo creía: trabajar desde casa con dos niños que en total suman siete años es como dar un paseo por un parque jurásico. Todo lo que penséis es poco. Si suena el teléfono, el pequeño se cuelga a la pierna: "Cua, cua, cua", llora. Eso significa que quiere el móvil para ver a unos patos en dibujos. Si pido silencio para escribir cinco líneas del tirón, y conste que hasta el martes no me toca ponerme en serio, la mayor decide amenizar el momento con el piano de Frozen al más puro estilo Jon Lord. El pequeño, fiel escudero cuando le interesa, le acompaña a la guitarra al grito de "Looola, Lolololo Looola". Un no parar... Apetece gritar, o coger la flauta y sumarse al grupo. Pero de todo esto ya hablaremos otro día.

Ayer fue uno doblemente especial: celebramos el Día del Padre y festejamos que hemos cumplido nuestra primera semana de confinamiento relativamente bien y con salud, que es lo que deseamos para todos. Después del desayuno y las tareas del cole, que nos llevaron hasta casi el mediodía, decidimos vestirnos "guapos". Mikel se dejó poner, Selva sacó todas las telas brillantes del armario y yo misma me vi con las perlas al cuello... Sí, surrealista. La logística festiva quedó en manos de Vicen, que transformó la cocina en el bar Postas de Madrid y nos invitó a unos bocatas de calamares con un Ribera del Duero. Todo es proponérselo.

El día tenía algo de "ñoño", así que no faltaron las comunicaciones con el exterior. Una videollamada con "Tito", el abuelo de Muros; con la "abu", de Valladolid... Pero penas a un lado volvimos al juego: "Mamá, tú haces de profe", "Mamá, ahora eres la médica", "Mamá, ahora soy la camarera"... Y con tanta carrera, lo inevitable: Selva se hizo un chichón en la cabeza por un golpazo contra el marco de la puerta. Así que nos tocó tarde de hielo y Arnika.

Pasado el susto y reducida la inflamación, volvimos al lío. Decidimos una actividad tranquila: plantamos una lenteja. Ojalá crezca, porque si no el disgusto puede ser morrocotudo. Lo de la lenteja no es casualidad. Hace quince días, cuando esto del coronavirus todavía no era tal, plantamos unas lechugas y unas berzas en maceta. Las berzas no, no crecen. Las lechugas hemos pasado de verlas crecer a adorarlas. Las regamos, les hablamos... Las plantas nos ocupan un buen rato cada día. Tras la calma, movimiento. Volvió la sesión de peluquería, y no una peluquería normal... ¡Solo valían pelos de punta! El resultado...

Con todo esto pasó la tarde. Y cumplimos el propósito del día: recoger juegos por habitaciones. Esta tarea continuará mañana. A las ocho Selva pidió salir a la ventana. Quería sacar el piano de Frozen. Mikel, la guitarra. Pero a falta de un concierto volvimos a meter ruido, a poner música con la que bailan los vecinos durante cinco minutos, y a aplaudir. ¿Hoy por quién? "Por los que no están". Lo dice Selva, y yo lo subrayo.

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