Sumidos aún en una atmósfera de irrealidad y tribulación, los gijoneses, como el resto de asturianos y españoles, cumplen hoy una semana de confinamiento en sus hogares para luchar contra la expansión del coronavirus, un patógeno apenas conocido hace dos meses, minusvalorado por muchos hasta hace semanas y que ahora, convertido en pandemia, dicta las normas de la vida cotidiana de millones de seres humanos en todo el Planeta. Durante estos siete días, la ciudad se ha sumergido por completo en las reglas que fija el estado de alarma decretado por el Gobierno, con calles casi vacías, transeúntes solitarios que hacen la compra o acuden al trabajo con mascarillas y bares, cafeterías y restaurantes, habituales centros de reunión, cerrados a cal y canto. Pero estas largas jornadas de pesadumbre y expectación también han sacado a relucir, en líneas generales, lo mejor de los habitantes de este rincón del Cantábrico tan acostumbrado a la participación y a la construcción de proyectos comunes. El Ayuntamiento no ha parado de tomar medidas para frenar el grave problema y los vecinos han respondido básicamente con dos conductas: disciplina y colaboración.

En medio de la catarata de decisiones que durante estos días han adoptado las autoridades locales, en una estrategia comunicativa a la población acorde con la evolución de los acontecimientos, caben destacar dos: una de contenido económico y otra de dimensión social. La primera tiene que ver con la renuncia del gobierno local, formado por el PSOE e IU, al IBI "para ricos", una de las propuestas estrella de su política tributaria, fruto de un pacto con Podemos para sacar adelante las ordenanzas fiscales, lo que derivó semanas después en la abstención de la formación morada que permitió aprobar los presupuestos municipales. Se trata de una cesión que afectará de lleno a las previsiones de ingresos de las arcas municipales, pero que también tiene un gran simbolismo político, porque este impuesto había sido duramente criticado por los partidos del centro-derecha y la Alcaldesa lo había convertido en bandera de su nuevo modelo de gestión. El otro gran gesto ha sido la conversión del pabellón de La Tejerona en un enorme hogar para un centenar de "sin techo" de toda Asturias, lo que sitúa a Gijón en la vanguardia regional de la atención a este grupo de población especialmente vulnerable.

Pero lo más loable de esta semana que ya forma parte de la historia individual y colectiva de todos son la abnegación del personal sanitario y el comportamiento intachable de la mayoría de los ciudadanos, atenazados por un negro porvenir económico, al menos, en el medio plazo. Convertido Cabueñes en hospital para atender a pacientes de toda Asturias que no estén infectados, el trabajo dentro del complejo no cesa ni un minuto pese al aumento de la carga asistencial y de las carencias humanas y materiales. Mientras, en las viviendas y en las calles, los gijoneses dan un ejemplo diario de responsabilidad y se han multiplicado las acciones solidarias en todos los barrios. Tiempo habrá para felicitarse por ello. Ahora, toca resistir por el futuro de una ciudad que, otra vez, da ejemplo de compromiso y civismo.