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Sol y sombra

El jardín perdido

El filósofo romano Giorgio Agamben renuncia en su último ensayo a un análisis de las relaciones entre las formas históricas concretas del jardín y los espacios imaginarios e ideales políticos que las produjeron, para concentrarse en uno específico, el del Edén. En origen, paraíso y jardín significan lo mismo. Michel Foucault lo había definido como una feliz heterotopía, de un modo tal vez demasiado optimista pero indicativo del hecho de que el jardín representaba para él la plasmación de una serie de características utópicas en un lugar real, con signos espaciales y simbólicos fuertes.

Las sociedades antiguas imaginaban la versión ideal de su propio paraíso. Por ejemplo, el jardín de Atenas era un lugar para el debate científico, que correspondía a los ideales de democracia y paideia típicos de la cultura griega. El jardín cristiano, un hortus donde las paredes protegían y al mismo tiempo separaban al hombre del exterior, dándole su posición precisa en un mundo de barreras físicas, sociales y culturales. El barroco era una especie de panóptico externo, en el que las calles rígidamente diseñadas, las plantas dobladas en formas extrañas por la mano humana se correspondían con una sociedad absolutista. El inglés, un bosque enfocado a la naturaleza, reflejo de los ideales que abolieron la monarquía absoluta. El francés, un perfecto y geométrico dibujo de rigidez elitista, etcétera.

Agamben comparte en "El Reino y el Jardín" (Sexto Piso), partiendo de una reflexión agustiniana del pecado original y del infierno de Dante, la doble teoría del paraíso como el paradigma de la felicidad y, a la vez, de su propio fracaso. Se accede a la naturaleza humana solo históricamente a través de una política divina, la del Reino, cuenta el autor, pero esta a su vez no tiene otro contenido más que el paraíso. En un mismo acontecer se producen los dos extremos. En un tiempo tan difícil como este no viene mal pensar en los jardines perdidos.

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