La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Recuperar el ágora

El virus hace saltar por los aires el individualismo

El ágora ha quedado desierta. Lo que Zygmunt Bauman describió en "Modernidad líquida" (1999) como el lugar donde se buscan, se dialogan y se negocian soluciones públicas para los problemas privados ha quedado vacío. Es ya nuestro pasado aquella sociedad en la que los ciudadanos formaban parte de una empresa colectiva y se protegían mutuamente. El neoliberalismo ha ido desmantelando las instituciones cívicas que velaban por el bien común. Lo público ha ido languideciendo en beneficio de lo privado.

La nuestra es una época de triunfo del individualismo: los proyectos comunitarios se han extinguido. Nuestras sociedades son un amorfo agregado de proyectos individuales regulados por el derecho. La felicidad es hoy una responsabilidad individual. Cada cual tiene que buscarse la vida y decidir un modelo de existencia que no se interponga en el de los demás; y si no es capaz de construirlo por sí mismo, el mercado ofrece una relativa variedad lista para consumo.

"Nuestros problemas" han dejado de ser "nuestros" para convertirse en "tus problemas", y, por tanto, deben ser resueltos individualmente. Las causas comunes que sumaban a los individuos han muerto. Podemos estar juntos, pero no unidos. El interés general ha quedado reducido a un agregado de egoísmos. El bien común ha sido sustituido por la voluntad de la mayoría (que es tan solo una de la formas que toma la tiranía).

Tanto las comunidades de las antiguas democracias griegas como las de la primera modernidad estaban unidas por un proyecto político comunitario. Bauman advierte de que la pérdida de los proyectos comunes supone la destrucción de la comunidad. Un síntoma de la crisis de lo comunitario es el ansia del hombre contemporáneo de estar continuamente interconectado. Construimos comunidades virtuales como sucedáneo de las que han muerto. Pero las redes sociales, comunidades frágiles y efímeras, no pueden contrarrestar la terrible soledad que sentimos y el miedo a quedar abandonados. Las redes sociales están construidas para que escapemos de la soledad compartiendo nuestra intimidad, nuestras emociones, odios y ansiedades.

Y, de repente, llega un virus de la naturaleza que hace saltar por los aires este individualismo artificioso. El COVID-19 cuestiona la creencia de que nos bastamos a nosotros mismos y de que no necesitamos a los demás para solucionar nuestros problemas. El microorganismo nos desvela la existencia de ese instinto de cooperación social que siempre nos ha ayudado a sobrevivir. Existe una fuerza más poderosa que la vida: el apoyo mutuo. Lo apuntaba Charles Darwin en su obra "The Descent of Man": "Una tribu que incluye muchos miembros (?) dispuestos a ayudarse unos a otros, a sacrificarse a sí mismos por el bien común, resultaría victoriosa sobre la mayoría de las demás tribus, y esto sería selección natural". El altruismo, esa actitud vital de anteponer el bien general a los intereses propios, nos ha sacado de más de un aprieto y es el elemento clave que explica por qué aún no nos hemos extinguido.

Existe una historia sobre un antropólogo occidental que convivía con una tribu africana. Un día, organizó para los niños de la tribu una competición deportiva: marcó una línea de salida y colocó una cesta de fruta a cierta distancia como premio para el ganador de la carrera. Cuando el antropólogo dio la señal de inicio, los niños se cogieron de las manos, corrieron juntos y se repartieron el premio. El científico interrogó a los niños, queriendo entender por qué habían actuado de aquella manera. Uno de ellos le respondió: "¡Ubuntu!", una palabra africana que significa "Yo soy porque nosotros somos" y que expresa la creencia de que uno no puede ser feliz si los demás sufren. Como profesor de Filosofía, siempre he intentado trasmitir a mis alumnos la idea de que después de estudiar (a costa de la sociedad) no debían utilizar lo aprendido como un instrumento de pillaje en beneficio propio, sino usar su inteligencia, sus capacidades y sus conocimientos para ayudar a los más vulnerables y construir una sociedad mejor.

Cuando todo esto pase, que pasará, será el momento de conservar los gestos de solidaridad y de compromiso con el bien común. Los ciudadanos tendremos que apoyarnos, ayudarnos y resguardarnos mutuamente. Será el momento de echar una mano a nuestros vecinos que tienen un pequeño negocio en el barrio, que se han visto forzados a cerrar y que no saben cómo van a salir adelante. Será el momento de dejar en el pasado la sociedad del "sálvese quien pueda". Será el momento de reconstruir la comunidad y las instituciones que nos protegen. El universo, a través de un minúsculo patógeno, nos ofrece la oportunidad de reocupar el ágora: ese lugar donde se buscan, se dialogan y se negocian soluciones públicas para los problemas privados.

Compartir el artículo

stats