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Myriam Mancisidor

En casa con Selva y Mikel, diario de un aislamiento en familia

Myriam Mancisidor

Teletrabajo, ballet y patines

Otro madrugón, otras catorce horas por delante haciendo un cálculo positivo. El día estaba marcado en el calendario con subrayador: después de unos compensatorios, como los periodistas llamamos a los días de descanso en el trabajo, tocaba volver a la carga virtual. Nadie dijo que fuera fácil, pero nadie me advirtió tampoco de que el primer whatsapp de mi jefa lo iba a responder muy dignamente desde dentro de un armario. El mensaje llegó cuando jugábamos al escondite.

Después de los desayunos y de vestirnos salimos un rato a la terraza. Selva decidió que era un buen momento para desempolvar unos patines que de tan poco uso se han quedado pequeños. Pero aun con dos números menos en el pie, ahí que se los puso, y recorrió como pudo los treinta metros de gres marrón. Más de una vez pensé que la idea no era buena? Por suerte no hubo que lamentar heridas. Mikel se entretuvo con el patinete: culo veo, culo quiero...

A media mañana y mientras yo me ponía al ordenador, Vicen despistó a los peques cocinando con ellos unas lentejas. Fue una pequeña pausa que me permitió leer unos informes, juntar cuatro letras y ponerme al día. Pero esta especie de calma chicha antes de la tempestad duró un suspiro. Pronto recibí una visita de Mikel, luego de Selva: "Mamá, quiero los dibujos", "mamá, ¿quién te escribe?", "mamá, ¿con quién hablas por teléfono?"? Comimos temprano para adelantar las siestas y tener un poco de margen para teletrabajar. Pero se nos había olvidado que ayer era el primer día de clase de videoballet, así que antes de sentarme delante del ordenador nos tocó hacer unos pompones para el ensayo. Como andamos ya flojos de material para manualidades, los pompones salieron de una bolsa de basura azul. Algo es algo. Y por fin, sí, una hora seguida para mí. Selva aprovechó el mismo tiempo para hacer sus tareas del cole, las cuales llevamos algo atrasadas por más que dedicamos cada día un buen rato.

Luego? La tarde. ¡Y menuda tarde! Siempre defendí el teletrabajo, pero las bondades de este sistema en plena crisis por coronavirus parece que no son tantas. A las continuas llamadas de atención de los pequeños se suma el mobiliario. En este piso llevamos apenas un año, siempre dejando para el mes siguiente la compra de muebles, y la cuarentena nos ha llevado a transformar el salón en oficina con una mesa de terraza que invita más a saborear un mojito bien frío que a una jornada intensa. Otra lección aprendida.

Llegó la noche con un deseo fuerte de gritar. Selva hizo lo propio por la ventana, a las ocho, como siempre. Además ya tiene a un amiguín de balcón, un crío de su misma edad que vive en el bloque de enfrente. Se llama Enzo. Ayer los dos se desahogaron. Todos más tranquilos, cenaron. Yo entonces pude seguir trabajando.

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