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El amor en los tiempos del COVID

Reinventarse para vivir bajo otros estándares

Hace tanto tiempo que leí "El amor en los tiempos del cólera", de García Márquez, que apenas recuerdo la trama. Lo que sí recuerdo es la sensación en el texto de la brisa y del agua por el río Magdalena. La sensación de agua y la sensación de amor, del verdadero amor, insumiso al tiempo y a las circunstancias, en aquel barco de vapor, en aquella belleza, mientras que una bandera ondeaba señalando el cólera y mantenía bien alejados a los de orilla adentro. Allí, fuera del cerco de las miradas y los controles, podrían ser por fin sólo ellos: una pareja resistiendo.

Todo es cíclico, ¿no creen? Hoy, que ya no son los tiempos del cólera, ni de la Peste Negra, pero que sí son los tiempos del COVID-19, nuestro hasta ahora mundo aparente, ese que parecía inquebrantable, se nos deshace bajo los zapatos y nos muestra una gran fosa abisal en medio de un suelo que se resquebraja. Hay que aislarse en casa. Todo se cierra, hasta los bares; lo que es en sí un hecho traumático para un país como el nuestro. Más de 100.000 chigres se extienden por la geografía nacional. Una verdadera tragedia social porque el amor y las relaciones en España no se trasladan por un río colombiano, sino que siempre terminan fluyendo, tarde o temprano, en la barra de un bar. Ya lo cantaba bien Gabinete Caligari en aquellas tardes noches de los 80. Eso sí, ese cierre, es por si mismo una verdadera prueba de la incertidumbre y del desmoronamiento a la que vamos a tener que enfrentarnos por esta difusión vírica.

Cuando el desaparecido sociólogo Zygmunt Bauman acuñó hace años el concepto de modernidad y sociedad líquida y también de amor líquido, como forma de interactuar, creo que se refería a esto que nos está pasando, a este desierto de paradigmas. Bauman fue un visionario, predijo lo que ahora ocurre, lo que ahora estamos empezando a vislumbrar: cómo toda nuestra realidad tal y como hasta este momento la habíamos concebido, pudiera desvanecerse sin más, en un instante, dejándonos huérfanos de cimientos. Todo se ha vuelto precario, provisional y efímero, y por tanto, mucho más agotador por esta devastación emocional a la que nos vemos abocados.

Hace tiempo que ya hemos entrado en la terrible Edad de los Polímeros y ahora es el tiempo del COVID-19. No quisiera ser apocalíptica, pero presiento que la desolación irá en aumento sino aprendemos a reinvertarnos, a vivir bajo otros estándares, bajo otras convicciones, otras necesidades y a volver a creer, de nuevo, en lo un tiempo desechamos por utópico.

Dicen los periódicos que la cuarentena es también mala para el amor. Según los últimos datos de China se han incrementado exponencialmente el número de solicitudes de divorcio en las pasadas semanas. Y es que a veces el roce no hace el cariño, sino más bien pareciera repelerlo. Aunque tal vez, lo único que suceda con el aislamiento es que los condicionamientos sociales se deshacen y sólo quede aquello que es cierto y que es auténtico.

El famoso narcotraficante Pablo Escobar tuvo un capricho una vez. Decidió tener un zoológico personal en el municipio de Puerto Triunfo, en el departamento de Antioquia, en el occidente de Colombia y hasta allí hizo llevar toda clase de animales exóticos. Tras su muerte y la expropiación de sus bienes, hace 25 años, casi todos los ejemplares fueron confinados en parques oficiales, excepto los hipopótamos, que permanecieron en libertad al sumergirse por el espacio fluvial. Poco a poco se fueron dispersando por los caños y los lagos cercanos al río Magdalena y lo que en principio, eran apenas dos parejas, fueron reproduciéndose hasta formar una colonia peligrosa, una plaga, de en torno a 70 individuos que tienen pánico a las poblaciones cercanas. No olviden ustedes que el hipopótamo es el animal más mortífero de la sabana africana. Y esto que les cuento no es un relato de realismo mágico, ni siquiera García Márquez pudo describir una realidad tan extraña.

Reconozco que me es difícil explicarles y enlazar que tiene que ver el COVID-19 con la plaga de hipopótamos en Colombia; porque aparentemente no tiene nada, o quizá sí, quizá tenga mucho que ver. El hilo conductor es mi extraña sensación de estado acuoso por el que transitamos y del que de repente, pudiera surgir un monstruo improbable que nos estremezca. Algo me dice en mi cabeza que hoy más que nunca, he de buscar las esencias, aprender a nadar y sumergirme en esta permanente embriaguez de alerta y desconcierto. En eso estoy y a ello les invito. Recemos hoy por algo de salud y suerte y un poquito también de amor, en este tiempo del COVID, y en este, todavía verde, paisaje nuestro.

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