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Sol y sombra

Un alto precio

Aparentemente estoy sano, digo aparentemente. No me duele nada, salvo el dolor y el drama de otros, de los enfermos y los que luchan para salvarlos y no caer. Me miro al espejo y parezco vivo. Tengo los párpados algo hinchados y los ojos más enrojecidos que nunca de tomar menos el aire y asaltar con mayor voracidad la pantalla de la tableta que se ha convertido en una prolongación.

Nos hemos caído de un guindo.Vivíamos convencidos de que jamás no iba a pasar nada de lo que ordinariamente nos pasa, todavía ahora lo seguimos creyendo en parte, aunque con algo más de miedo en el cuerpo, abonados al fabulario urbano. Todavía escucho el eco no demasiado lejano: "Calma, no hay porque ponerse nerviosos, se trata de una gripe que aniquila a los más ancianos, lo importante es lavarse, mejor dicho lavarse las manos, guardar un metro de distancia los unos de los otros, qué digo, tres metros como mínimo y trabajar en casa si se puede".

Mientras tanto la vida sigue. La vida no se cierra, al menos por ahora. El resto hemos tardado en darnos cuenta que había que cerrarlo, que no existía la necesidad de un baño de masas, ni de promover concentraciones en los campos de fútbol, y que los nietos no podían estar con los abuelos. Al principio, cuando se cerraron los colegios, no se nos ocurrió mejor idea que mandar a los nietos con los abuelos. ¿Con quiénes van a estar mejor?

No hay que conformarse únicamente con criticar al Gobierno del pedromocho de los tests rápidos para desahogar, a todos se nos ido la mano y la olla en esta historia y lo estamos pagando caro. Quizás demasiado caro, con la desesperanza, además, de que el precio seguirá subiendo. Por cierto, el Gobierno es el que es y su ineptitud no deja de asombrar, en gran parte porque así lo hemos decidido. Pero arriba esos corazones.

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