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González Novalín, un gran eclesiástico

Adiós a un hombre superdotado y con una preparación extraordinaria

Cuando hace tres semanas, en una de nuestras habituales conversaciones le pregunté qué tal estaba, me respondió escuetamente: ¡mal! Esa noche acababa de fracturársele el fémur de la pierna con la que venía luchando desde sus años de Roma. "Esto se acaba y puedo decir -añadió con su preciosa dicción latina- 'bonum certamen certavi, cursum consumavi, fidem servavi'". Eran las palabras que en un trance semejante había escrito San Pablo a su amigo Timoteo: "El momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta de la carrera, he conservado la fe".

En vano nos esforzamos Javier Fernández Conde, su discípulo predilecto, Javier Gómez Cuesta, el párroco de San Pedro de Gijón que le abrió las puertas de su casa la última etapa de su vida, y yo mismo en animarle a continuar la carrera de la vida. Llegamos a pensar que Novalín podía escribir un libro glosando las listas de los ordenados sacerdotes en Asturias después de la Guerra Civil. Solo él conocía la historia de cada uno con detalle. Hubiera sido su último servicio a nuestra comunidad.

Acababa de cumplir nueve años cuando don Juan, el entonces párroco de Tresali (Nava), se dio cuenta de que su monaguillo, que quería ser cura, era un superdotado. Comenzó a enseñarle latín y en pocos meses alcanzó tal nivel que decidió llevarlo a Oviedo para que lo conociera el obispo Arce Ochoterena, aquel prelado a quien el clero admiraba y quería por su campechanía. Cuando, en efecto, llegaron a la casa de la calle Santa Cruz donde entonces estaba el Obispado, ocupaban la sala de espera varios curas asturianos. Hizo don Juan la presentación de su pupilo y uno de ellos, abriendo su breviario de cantos dorados le dijo: "Ven aquí, lee y traduce". José Luis comenzó: "Dixit Dominus Domino meo?". "Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha". Abrazándolo, el viejo cura sentenció: "Serás un gran eclesiástico". No sabía que sus palabras resultarían proféticas. Porque eso ha sido el maestro y amigo fraterno a quien hoy, privados, para mayor dolor, de acompañarle en sus últimos días y en su muerte, le decimos: "Hasta pronto".

Su preparación como eclesiástico -hombre de la Iglesia- fue extraordinaria y no se redujo al Seminario de Oviedo, para él tan querido, donde obtuvo el premio "Santamarina" al mejor expediente de su promoción. Recién ordenado sacerdote fue enviado por la diócesis a la Universidad Gregoriana de Roma, donde eligió la Facultad de Historia de la Iglesia. En ella terminaría presentando, en palabras del P. Villoslada, su decano, "la mejor tesis doctoral". Versaba sobre el arzobispo don Fernando Valdés Salas, fundador, entre otras instituciones, de la Universidad de Oviedo, colaborador estrecho del emperador Carlos I. Basta leerla para comprender que es la obra de un "gran eclesiástico", de un gran historiador de Iglesia. No olvidaré nunca las clases que, recién vuelto de Roma, nos impartió en un curso sobre "La Iglesia en la etapa del Renacimiento y del Humanismo". La historia civil, social y cultural, de España y de Europa, le servía como cañamazo para tejer la andadura de la Iglesia universal en aquellos tiempos brillantes y difíciles, con Trento al fondo.

Desde esta perspectiva de la Iglesia universal -Roma estaba siempre en su corazón- fue abordando en sus investigaciones épocas, sucesos y problemas de las iglesias particulares: las Biblias romance, la Inquisición en España, la evangelización de América. Tuve la fortuna de acompañarle en viajes y estancias europeas: Münster, para estudiar una lengua que permitiera conocer mejor la Teología germana; París, atraído por la renovación catequética y litúrgica de Saint Severin. En todos esos viajes Novalín no perdía nunca de vista Asturias: las parroquias con su historia, y, sobre todo, el clero cuya historia y realidad presente conocía al dedillo.

Su condición de "gran eclesiástico" culminó en el cargo de rector de la Iglesia Española de Santiago y Montserrat y en la dirección de su Centro de Estudios Históricos. Allí se convirtió en una figura clave dentro de la Iglesia de España. Bastan para demostrarlo los extraordinarios volúmenes del homenaje que, no hace mucho, fueron presentados en el Centro de Estudios Teológicos del Seminario. Allí, en un acto presidido por el arzobispo de Oviedo y el cardenal Rouco Varela, su gran amigo, se cerraba el círculo. El "gran eclesiástico", para mí y para mi familia, un hermano, camina ahora ya "in amoena paradisi". La leyenda del mosaico de Ravenna que lleva esa inscripción que tanto le gustaba se ha hecho para él la soñada realidad.

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