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Sol y sombra

Civilización, por Luis M. Alonso

El virus no dejará de tener consecuencias en nuestras vidas tras retirarse a sus cuarteles de verano. Una de ellas es que la solidaridad ha cambiado su naturaleza y ya no se expresa en la cercanía, sino en la distancia. En una amplia entrevista en "Le Figaro", el filósofo y académico francés Alain Finkielkraut explica que la pandemia demuestra que el nihilismo no ha vencido y que la civilización se mantendrá. Recuerda cómo la modernidad globalizada vino ofreciendo el sombrío espectáculo de la circularidad sin fin de producir para consumir y consumir para producir. La voluntad planetaria, explica, funcionaba en ausencia de propósitos e independientemente de cualquier contenido. Ese proceso nihilista no dio respiro a nadie e hizo olvidar que todo nació de un gran proyecto humanista, el de una ciencia que ya no es contemplativa y orgullosa pero sí activa y caritativa. Una ciencia para el poder y un poder para mejorar el destino de los hombres. El virus, desafortunadamente, está cobrando un alto precio pero el gran proyecto humanista parece haber vuelto a la vida. La política que se puso al servicio de la economía, promoviendo el movimiento de capitales, personas y bienes lo mejor que pudo, corre ahora el riesgo de bloquearla porque hay aún muchas vidas en juego. Lo ha hecho probablemente demasiado tarde; el filósofo francés pone el ejemplo de Lombardía, donde las fábricas se mantuvieron abiertas incluso cuando el tamaño de la masacre era evidente.

Si el hombre, con el aislamiento, se da cuenta de que no está solo, una vez que la máquina se vuelva a poner en marcha, tal vez, dice Finkielkraut, redescubrirá el gusto por compartir la Tierra, el respeto por las distancias y cierta sensación de indisponibilidad.

Hace falta que este nuevo y, a la vez, viejo discurso de la civilización cale en sujetos como el primer ministro holandés Mark Rutte, decididos a cerrar el puño en vez de extender la mano.

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