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Recuperar la razón para sobrevivir al coronavirus

El fracaso en la gestión de la epidemia y la importancia de poner en marcha el país de nuevo

Es evidente que esta crisis responde a un absoluto fracaso de todas las instituciones. Somos el segundo país con más muertes (y la lista oficial es menor que la real) y el primero en relación a su población (1 de cada 5 víctimas de coronavirus en todo el mundo es española); somos el país con más profesionales sanitarios infectados; nuestra sanidad todavía no dispone del material necesario para detectar la enfermedad y para poder atender a los infectados; estamos en una crisis económica que puede destruir cientos de miles de puestos de trabajo y de empresas e industrias ? Negar la evidencia del fracaso parece imposible.

Un fracaso de la Unión Europea, que se ha mostrado como una maquinaria burocrática y política cara e inútil, lastrada por una permanente confrontación de intereses entre el Norte y el Sur. Ha sido incapaz de ejecutar estrategias comunes en la lucha contra el coronavirus. No hay una política europea (ni tampoco en España) que fomente sectores de futuro, que -parafraseando a Carlos López Otín- promueva un modelo social "basado en la creación de riqueza intelectual y tecnológica", la única forma de combatir pandemias.

Un fracaso del sistema sanitario español. El propio Otín lo decía muy claro: "el sistema sanitario es una joya de hojalata, está sustentado con alfileres, se basa en el buenismo y la contribución de los profesionales". Esta grave crisis ha demostrado que el sistema está políticamente lastrado, con 17 gobiernos mandando sin tener en cuenta a los profesionales, que son quienes están dando una auténtica lección de responsabilidad, entrega y capacidad. Cuando hay que elegir a quién se salva o no con un respirador, cuando falta el material básico de protección ? es evidente que algo falla. El sistema sanitario ha quedado muy dañado y necesita un completo rediseño, con menos política de mitin y más inversión, mejor gestión y mismos criterios en toda España.

Un fracaso de la nueva generación política española. De todas las ideologías. Llegaron prometiendo la renovación. Unos iban a destronar a la casta, y se hicieron más casta. Otros iban a crear una nueva política, a diestra y siniestra. Llegaron con fuerza y realizaron una profunda "limpieza" en sus respectivos partidos para ocupar todo el poder interno. Pero renovar no es echar a los mayores para poner a jóvenes más o menos avispados. Esta "revolución" generacional nos ha traído más a tertulianos y a charlatanes de eslóganes que a políticos con más capacidad de gestión que la de anclarse a sus sillones. No hacen política, hacen propaganda. Por acción o por omisión, en pocos años han logrado enterrar lo que todos los españoles construimos desde 1978 y han resucitado el sentimiento de que hay dos Españas irreconciliables. Y con lealtad de secta al bando político, principalmente, en la izquierda porque la derecha tiene en sus genes un sentimiento cainita que es incompatible con esa lealtad.

Me apena ver a gente que respeto en esa posición. El pasado domingo leí en LA NUEVA ESPAÑA un artículo de Francisco J. Bastida, catedrático de Constitucional y de izquierdas: "El Virus de la indecencia". Resumiendo: críticas a la UE (que comparto), a los médicos que se dan de baja para no arriesgarse (¿?) y?. ¡a la oposición!, "nacional y autonómica, que no pierden oportunidad de buscar rédito político?". Del Gobierno que sabía el 30 de enero que estábamos ante una pandemia y que desoyó las llamadas de la OMS y la UE para hacer acopio de material -no hizo nada hasta el 9 de marzo-, ni una palabra; del ministro que compró test inútiles -por dos veces-, ni una palabra; del Gobierno que ha anulado de facto cualquier mecanismo de fiscalización por parte del Congreso de los Diputados, ni una palabra; del Gobierno que limita la libertad de expresión en las comparecencias, ni una palabra? Sólo faltó el mantra de la propaganda oficial de la izquierda: la culpa es de los recortes de Rajoy, lo que es falso porque, además de dejarnos en un pozo, quien inició los recortes fue Zapatero.

Yo tengo buenos amigos muy inteligentes en otros campos pero que son víctimas de la lealtad de secta: son incapaces de reconocer que el Gobierno y Pedro Sánchez han hecho algo mal cuando es más que evidente que han "improvisando medidas planificadamente", en genial definición de "La tira y afloja" de LA NUEVA ESPAÑA. O sea, han hecho el ridículo permanentemente.

Un fracaso de la sociedad española. Los políticos son el reflejo de la sociedad a la que representan. Tenemos los políticos que queremos: nos gustan los eslóganes, las frases bonitas, las promesas irrealizables, los premios sin esfuerzos, las subvenciones, los sueldos sin trabajo? No son extraterrestres. Los hemos elegido nosotros. Y lo malo es que, ahora, lo agravamos con la lealtad de secta: ¿cómo es posible que Pablo Iglesias siga teniendo los mismos votos cuando se ha convertido en casta de sangre azul? ¿Cómo se puede entender que los socialistas que apoyaron a Felipe, Guerra, Leguina, Rubalcaba, Nicolás Redondo Terreros, Javier Fernández? apoyen a un personaje estrambótico y fatuamente engolado como Pedro Sánchez que está haciendo literal y trágicamente el ridículo en esta grave crisis??

Estamos en un país en el que triunfan charlatanes con tanto ingenio como ridículo currículum atesoran.

Y después de tanto fracaso: de esta tragedia tenemos que salir. La duda es si lo haremos perseverando en el error o recuperando la mejor versión de este país. Lo primero, obviamente, es reactivar todos los sectores económicos y el empleo. Pero, además, tendremos que compartir con las familias el duelo por las víctimas: conocer cuántas han sido realmente y las circunstancias dramáticas que hay detrás de esas pérdidas. Un inmenso duelo nacional que debería concluir con una independiente Comisión de la Verdad, sin políticos, sin jueces al servicio de políticos, con expertos que nos expliquen qué pasó, por qué pasó y quiénes son los responsables. Tantos miles de muertos merecen Justicia de la buena.

Lo que debería pasar después del coronavirus: un compromiso político de los constitucionalistas para reconstruir este país. Un nuevo gobierno -no hay opción de elecciones inmediatas, pero en el PSOE, en el PP y en Ciudadanos hay personas solventes, ajenas a los efluvios de esta generación fracasada- que se ponga a la tarea de reconstruir nuestro tejido productivo, para reactivar la industria, las empresas, el trabajo de los autónomos, el empleo, para superar los desequilibrios sociales impuestos por esta crisis y para empezar a definir el nuevo mundo en el que empezaremos a vivir con lo sufrido en estos meses de confinamiento: el teletrabajo; los nuevos sectores del conocimiento, la tecnología y la investigación; los nuevos límites de la privacidad y el valor del control de nuestros datos (algo que fue esencial en los países asiáticos); las nuevas formas de comunicarnos, de divertirnos, de viajar?

Y después, cuando este país vuelva a ser un país en funcionamiento, que vengan elecciones y que los españoles elijan, incluso, otra nueva juerga bolivariana?

Lo que (casi seguro) puede pasar. Pedro Sánchez ha dado un paso atrás. Ha entendido que la propaganda no sirve, en esta fase, como vacuna antivirus. Nos ha dejado en manos de su equipo de confianza (que situaría al ejército de Pancho Villa como un modelo de eficiencia) y se ha puesto ya a preparar, con su inspirador de Podemos, la estrategia para reescribir la historia de esta tragedia. Nos dirá que era imposible prever esta situación, que los problemas en la sanidad se dieron por los recortes de Rajoy, que los culpables fueron los expertos, que van a soltar millones y millones en sueldos sociales sin contraprestación, que van a nacionalizar las cuentas bancarias de los ricos y a la banca y a las empresas multimillonarias, que son los defensores de la sanidad pública (¿por eso los vicepresidentes del gobierno fueron a la Ruber?)? Tratarán de ocultarnos la verdad de los muertos y los duelos y volverán a poner en funcionamiento su probada capacidad para buscar soluciones ridículas a las situaciones ridículas que provocan.

Ya hablan de reeditar los Pactos de La Moncloa. Pero eso es imposible con Pablo Iglesias en el Gobierno (prefiere lo de: ¡¡exprópiese!!?) y hasta con Pedro Sánchez, cuyo futuro político personal es inviable en la normalidad y, seguro, intentará seguir en la extravagancia bolivariana. Por eso, estamos a expensas de que la izquierda sensata recupere la sensatez; que dejen de intentar ganarse a sus hijos pareciéndose a ellos en sus derivas extremas, que recuperen para la razón constitucional a este histórico partido que logró en la Transición su mejor versión y que se den cuenta de la verdad que encierra una gran frase de Toni Nadal: "nos hemos acostumbrado a no ser críticos con los nuestros; podemos exigirles mucho más". Fuera la lealtad de secta.

El principal lastre de nuestro futuro es Pedro Sánchez; la única solución de nuestro futuro es Pedro Sánchez. Si se va y pasa el testigo al viejo y sensato PSOE, hará, por fin, su primer gran servicio a este país y permitirá que su partido reconstruya una mayoría política seria, responsable y capaz. Si se queda estaremos ante una infección social y económica peor que el coronavirus.

Juan Luis Cebrián, en un artículo sorprendentemente crítico para "El País", daba a entender que ha existido negligencia culpable. Y en esa línea, el sindicato CSIF ya ha denunciado al Gobierno de Pedro Sánchez ante el Supremo por homicidio imprudente. No tengo ninguna esperanza en que haya un tribunal capaz de condenar a fuerzas radicales de izquierda. Pero tiene que ser imposible que un Presidente de Gobierno sobreviva políticamente a tantos miles de muertos y a tanto sufrimiento colectivo. Si lo hace, no sólo les enterrará indignamente a ellos: será el sepulturero de nuestra democracia y de nuestra forma de vida.

Un científico surcoreano escribió que "este virus no puede remplazar a la razón". Pero, sin duda, necesitamos recuperar la razón de pueblo sensato para sobrevivir al postcoronavirus.

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