Como preludio al mayo francés del 68, con los estudiantes y trabajadores, manifestándose contra el capitalismo y la sociedad de consumo, un grupo de políticos y científicos, preocupados por los cambios que se producían en el planeta, conforma el Club de Roma y encargan un dictamen para valorar el rumbo de los acontecimientos. Buscan el mejor conocimiento y encargan al prestigioso MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) el asesoramiento. El resultado llegó en 1972 y es el archiconocido informe titulado Los limites del crecimiento.

La conclusión del informe de 1972 fue la siguiente: si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.

Fue en aquellos años un aldabonazo tremendo: ¡Hay límites! y no podemos hacer las cosas sin evaluarlas antes. La sociedad se sensibiliza, los gobiernos toman conciencia y se desarrollan las primeras normas ambientales. En España se publica ese mismo año la Ley de Protección del ambiente atmosférico.

Pero nos concentramos sobre todo en lo local. El objetivo era conseguir los estándares que marcaban las normas para proteger la salud de las personas, pero no atendíamos a lo más importante: los límites. La capacidad de nuestro planeta es limitada, y empezamo recientemente a ver problemas globales que estábamos generando de extraordinaria importancia: el agujero de ozono y el calentamiento global se nos revelaron como los más apremiantes.

Hacer frente a la nueva situación requería el concurso de todos los países o no sería posible atajar los problemas. Convenios internacionales se van sucediendo y en ello estamos aún. Europa, lidera hoy la lucha contra el cambio climático. No fue difícil poner de acuerdo a los países del norte y del sur. En realidad, los del norte fueron arrastrando hacia posiciones más ambientalistas a los del sur.

Hoy el mundo fue sacudido brutalmente por otro problema global, la pandemia del coronavirus. El mundo está enfermo y los límites se han vuelto a poner de manifiesto, brutalmente, antes de los cien años. Ahora, para hacer frente al problema, los países necesitan aislarse y las personas también tenemos que aislarnos. No hay convenios, cada país trabaja independientemente en busca de su vacuna. Hay muchos intereses económicos detrás. Los medios necesarios para luchar contra la pandemia se venden en un mercado salvaje y caótico que no somos capaces de ordenar en medio del dolor. Y eso que fuimos capaces de ordenar el mercado del CO2!.

Los países se tambalean económicamente y ¿Europa reacciona unida como frente a la lucha del cambio climático? No, los países más ricos no quieren compartir los coronabonos para soportar las economías europeas. ¿Por qué sí en la lucha contra el cambio climático. ¿No habrá ahí intereses tecnológicos que favorecen precisamente a esos países más ambientalistas, más ricos, y los demás nos apuntamos generosamente al mismo carro con más sacrificio?

Por su parte, la sociedad se ha puesto de parte del saber, del saber experto y de las instituciones, de lo público. Todos los días a las ocho lo demuestra con sus aplausos. Y mientras los países se aíslan, las personas hemos tomado más conciencia de lo global.

Los Estados debieran reaccionar igual que sus gentes. Dar más relevancia al saber, la experiencia, al trabajo de los profesionales. Hacer una sociedad más solida es obligación. Que lo público, que nuestras Instituciones Públicas sean también más sólidas es su obligación. Apoyar a los sectores indispensables, la sanidad, la salud y el medio ambiente como salud ambiental e individual son sectores que ya no admiten política de bajo nivel y superficial sino Política.

La conciencia global de los ciudadanos exige que promovamos un trabajo en común para que todos los países trabajen en conjunto por la vacuna contra el coronavirus y para que los trabajadores puedan seguir teniendo una vida digna, exijamos a Europa que se una en favor de los coronabonos. Si no volveremos a los años 60 del siglo pasado. Exijamos a Europa que la Europa fundacional europeista, más que la suma, más que la yuxtaposición de los países que la componen, que sea la Unión Europea, o si se quiere, la Unión Política Europea.

Aquel mayo del 68, replanteando el capitalismo y la sociedad de consumo vuelve a ser un motivo de reflexión, más de 50 años después. Exigimos lo nuestro, poder vivir en condiciones sanitarias y ambientales seguras y socialmente dignas y exigimos lo que pertenece a las generaciones futuras, que puedan hacer lo mismo, que puedan construir su futuro. Los límites del Crecimiento + 50 , definen y exigen ahora a Europa la vacuna cooperativa y los coronabonos cooperativos.

Antonio Suárez Marcos es doctor en Física y en Química

Ovidio Zapico González es coordinador de IU en Asturias