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Por libre

Un día más, un día menos

No pueden imaginarse el enorme reto que supone para mí el mero hecho de sentarme frente al portátil y escribir unas simples líneas. Porque quisiera ser capaz de infundirles a través de cada una de mis palabras, una mínima dosis de optimismo sin ningún tipo reacción alérgica en forma de efecto secundario, al tener que enfrentarse ustedes tras su lectura, a la realidad que están viviendo en su día a día desde que se decretase el estado de alerta hace ya tres semanas.

Les confieso por otra parte que llevo varios días en los que de manera voluntaria y por una pura cuestión de salud mental, he ampliado mi confinamiento físico al ámbito psicológico, evitando en la medida de lo posible el uso del teléfono móvil, especialmente todas sus aplicaciones de mensajería, así como seleccionando con máximo esmero aquella información que consumo, con el fin de evitar cualquier tipo de contagio ideológico, que pudiera acabar por reducir mi capacidad cognitiva a la de uno de aquellos hombres del Neandertal, que a pesar de no ser tan inteligentes, sin embargo hay que reconocerles el mérito de que supieron sobrevivir y evolucionar. No lo tengo tan claro con el hombre moderno.

En una crisis sanitaria como esta a la que nos estamos enfrentando, sin ningún tipo de precedente en nuestra hasta ahora placentera sociedad del bienestar, es imposible que quienes han de tomar las decisiones más drásticas y de mayor calado no cometan errores. Pero lo que también es casi imposible, es que lleguen a cometer tantos.

A mi madre, recluida ahora junto a mi padre en un piso del barrio de El Coto, le debo numerosas enseñanzas cargadas de sabiduría, de las que no se aprenden en los libros sino en la propia vida. La primera, que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. La segunda, que todo llega y todo pasa.

Por aquello del optimismo del que hablaba al inicio, me quedaré ahora con la segunda y dejaré la primera para cuando llegue el momento adecuado. Porque créanme todos ustedes, que todo esto pasará. Y llegará ese 'día después' con el que todos estamos soñando y para el que muchos tienen ya la agenda plagada de citas y renovados propósitos.

Un 'día después' que pasará por siempre a la historia y que de no ser por los miles de víctimas que dejará tras de sí, merecería ser declarado fiesta nacional. Un nuevo día de la liberación. Un día en el que quisiéramos que todo fuese igual que antes, pero en el que nos conviene cuanto antes hacernos a la idea de que habremos de conformarnos con que todo no sea muy distinto.

Hasta que ese día llegue, bien haríamos en seguir aprendiendo de los niños, quienes con su comportamiento, están siendo un ejemplo para las adultos. Y eso que este año a los pobres les ha tocado quedarse sin bollu, del mismo modo que a los padrinos sin su ramu. Ya habrá tiempo para recuperar eso y otras muchas más cosas. Volverán así los paseos por El Muro o por la calle Corrida, los partidos en El Molinón, los atardeceres con olor a sidra y sardinas en la Cuesta del Cholo y todo aquello que antes nos parecía lo más normal del mundo, sin darnos cuenta de lo privilegiados que éramos al poder vivirlo. Volverán, ¡vaya si volverán!

Pero hasta nueva orden, entre tanto desorden de órdenes y contraórdenes, no lo olviden: "hogar, dulce hogar". Cuídense mucho.

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