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José María de Loma

Vencejos

Entre un eterno domingo y un interminable lunes

No sé yo si lo que nos iba a resultar un eterno domingo se va pareciendo más a un interminable lunes.

Como estamos confinados, para evitar morir por molicie, pereza, obesidad o indigencia intelectual, nos imponemos tareas y como todos los días son iguales, pues todos los días hay tareas. Múltiples y variadas. El resultado es que no sale uno de casa pero no hay tiempo para nada. Hasta surge el estrés. Del tipo: no he leído ni cincuenta páginas hoy. Del tipo: solo he hecho un vídeo de gimnasia. Del tipo: aún vamos por el capítulo cuatro de tal serie y son veinte. La rutina es el asidero para que el tiempo no se haga descontrolado. En romperla está el placer, pero abolirla puede degenerar (además de en desprendimiento de rutina) en anarquía vital o en consumir todo el rato las energías que tenemos en preguntar y repreguntar "ahora qué hacemos".

No sé si me estoy poniendo filosófico y con tanta filosofía no me va a dar tiempo a escribir este artículo, que se redacta cuando la tarde no tiene ningún miedo a morir, comienza a ser tarde para tomar café y en la radio alguien habla de los vencejos. De los vencejos no se había ocupado mucho nadie nunca. Pero parece que ahora observamos más la naturaleza y sus movimientos y parece que los vencejos nos acompañan más en esta época del año. O no. Vaya usted a saber. Los vencejos copulan y comen en el aire. Paran muy poco en el suelo. Solo para poner huevos. De noche se elevan hasta una altura de 2.000 metros y ahí duermen. Si tocan tierra tienen dificultades, diríamos serias, para remontar el vuelo de nuevo.

Los vencejos lo hacen todo en el aire y nosotros lo hacemos todo en casa, incluso estudiar a los vencejos, que nos ignoran desde su altura. Hacen bien. Les debemos de parecer ridículos. Con nuestros hábitos y virus, preocupaciones, empeños y afanes. Y encima, ni ponemos huevos ni sabemos volar.

Volverán los vencejos y todo esto pasará, me digo a mí mismo. Pero no me doy cuenta de que lo estoy diciendo en alto y mi señora me recrimina tal actitud, más propia de desequilibrado o monologuista. También les doy los buenos días y las buenas tardes a los presentadores de la tele. Así estamos. Pero sí, todo esto acabará. Aunque no se nos pase volando.

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