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Abuelos, la vuelta al cole

El virus se ensaña con los mayores

Al paso que vamos nos quedamos sin abuelos, ya lo anunciaba Thomas Malthus. En términos de música puertorriqueña es equivalente a lo de "no hay cama pa tanta gente".

Ingeniería social, darwinismo o experimentos que se debieron hacer con gaseosa, el caso es que nos quedamos sin yayos, una especie a extinguir, en otro tiempo imprescindible en las sociedades primitivas a las que alude Henry Morgan, otro abogado y antropólogo.

El valor añadido de los abuelos no está en la mano que mece la cuna de sus nietos, ni en la encallecida palma que recibe la cartera tras la salida del colegio, el verdadero mérito de las "abuelotecas" está en el generoso reparto de virus de gripe que compartimos todos los años. Es raro que alguna abuelita haya escapado de una neumonía adquirida, eso sí, con absoluto cariño.

El regazo del abuelo es testigo de la diversidad de humores de sus nietos, llantos, mocos y demás proyecciones en spray que nos rocían en sus convalecencias y arrullos que les confortan cuanto andan exhaustos, mientras las más curan. Ahora, los que queden vivos, deberán contenerse y abrazarlos con gafas y equipos de protección individual.

En una consulta pediátrica el pequeño nieto, entregado a su estado febril, posaba la cabecita dibujando con sus mocos la solapa del estoico abuelo quien con afectuosa entonación exclamaba "me llenas de mocos" mirando a la pediatra para que comprendiera que la chaqueta llegaba limpia de casa.

-Eso no es nada, son medallas. Magistralmente respondía la doctora quitándole yerro al asunto, pues nadie más que ella asiste a tanta gripe infantil, ahora cargada de daños colaterales como el asma, teniendo que recurrir al Ventolin como oxigenoterapia.

Cualquier abuelo supera en orgullo a quienes lucen un cargamento de medallas en sus comparecencias del COVID-19, por cierto ninguno cuelga un lazo negro homenajeando a las víctimas, no hay tela para tanto pin, es la semiótica.

Quien no mire por sus abuelos que vaya remojando las barbas, y proyectando su existencialismo a estadios precedentes -los salvajes- a los que el antropólogo evolucionista Henry Morgan atribuía mayor humanidad, generosidad y sacrificio por muy primitivos que fuesen, entonces las sociedades respetaban y adoraban a sus ancianos.

La teoría antropológica del parentesco, según Lewis H. Morgan, abogado y antropólogo, es sencilla, si no hay abuelos no habrá nietos. La piedra está en el tejado de los postulados marxistas, a ver cómo resuelve este algoritmo.

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