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evelio g palacio

Cien años de soledad

Evelio G. Palacio

El banano de Macondo

Macondo, el auténtico, el convertido en símbolo universal del realismo mágico, proviene de la denominación de una hacienda de Aracataca, municipio colombiano del departamento de Magdalena. Gabriel García Márquez, padre de ese imaginado territorio de los prodigios, dejó dicho que la finca siempre le llamó la atención desde pequeño y que escogió el nombre como escenario de "Cien años de soledad", y de algún otro cuento, por la sonoridad. En Macondo cultivaban el banano. La industria platanera dictaba el rumbo.

En este otro Macondo remedado, sopa de letras nacida de la soledad de cien años confinados, o cien meses, o cien días, qué importa cuánto, el banano era el ferrocarril. Llegó aquí al lado, punto intermedio entre Langreo y Gijón, en la eclosión de la minería. Como alternativa al transporte de carbón que entonces monopolizaban los carreteros por la Carbonera. La dependencia de los raíles fue apabullante. Un topónimo, San Pedro, acabó eclipsando a los demás. Cada familia contaba con un ferroviario.

En aquel San Pedro que resonó en Asturias entera, punto crítico para salvar un desnivel de 90 metros desde el valle del río Noreña a La Florida, nacieron dos infraestructuras históricas: el túnel de Conixho y el plano inclinado, colosales desafíos de la ingeniería de la época. Material para construir el relato pendiente.

Conixho, estrenado en 1848, fue el primer túnel importante de España. Sus 167 metros ofrecieron a los obreros sorpresas desagradables por los arroyos subterráneos y los desprendimientos. Los ingenieros lo revistieron de ladrillo. Usado ahora como acceso a un centro de experimentación del fuego, puerta al infierno, el tiempo no le ha hecho justicia. Oscuro, arrinconado, desapercibido, espera a que alguien valore su vetusta armadura. Con una campana y una mesa los norteamericanos convirtieron Filadelfia en un parque temático. No es el nuestro país para lo viejo.

El plano inclinado, hazaña cumbre, con una pendiente al 12,5% para descender y ascender hacia el mar o desde la mar, concluyó en 1855. Un convoy subía mientras otro bajaba por gravedad. Luego llegaron la máquina tenaza, el auxilio con cabrestantes de vapor, las cremalleras de seguridad... Una escombrera terminó sepultándolo. No quedó en pie ni un hierro. El Macondo de la pandemia perdió el ferrocarril, y el tren. La desidia desperdició los vestigios. El olvido devoró generaciones después su memoria.

Martes de Pascua, esto es la Pola. Bendición antivírica de Güevos Pintos. Cantar de los cantares, icono de la tribu, símbolo inmutable en la melancolía. Apertura de mentes pide el párroco, "no muries". Y si volver a la normalidad "ye lo de antes, yo báxome d'esti tren", igual que se bajaban los viajeros en el plano inclinado de San Pedro para subir la rampa caminando. Así lo rememoraban los mayores. "Toos somos dependientes, naide sálvase solu". Toca descubrir "la fondura del sentíu de la vida" y "poner el güevu" -pintu, claro, señor cura- "pa sacanos p'alantre". No se puede vivir del pasado o de la juerga. Pero la vida languidecería sin la historia y sin la fiesta.

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