Pensábamos que era imposible vivir sin el aperitivo en la cafetería, sin el fútbol del fin de semana, sin el paseo diario, sin la cena con los amigos, sin el "en tu casa o en la mía", sin el running y el shopping y todos los demás "ing" que formaban parte de nuestra existencia cotidiana. Los humanos proponemos y Dios dispone, proclaman los creyentes. Para el resto, ese Dios se llama destino o casualidad. Realidad pura y dura. La crisis del COVID-19 nos impide incluso sacar al santo en procesión en busca de remedio sobrenatural (de hecho, el estado de alarma se ha cargado hasta "Cuarto Milenio", una tragedia para los incautos). ¿Que adónde quiero llegar con estas reflexiones? Pues no lo tengo claro. No se me acaban de hacer los arbeyos que tengo al fuego y espero, melancólico frente al ordenador, en pos del sentido de la vida. Decía Schopenhauer, que era un triste, que la historia del hombre es una constante búsqueda de un mundo mejor "lo cual demuestra que este vale bien poco".
Ahí estuvo bien el chaval...
