La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

evelio g palacio

Cien años de soledad

Evelio G. Palacio

Severo Ochoa y la ausencia

A punto de morir la tarde, la tormenta dejó un arcoíris perfecto sobre Macondo. Lo nunca visto. Los más veteranos escudriñaban en la memoria y no alcanzaban a recordar obra de arte semejante, dibujada con tanta nitidez y precisión sobre sus cabezas en un instante. Una imposta descansaba firme en terrenos de la puebla. La otra imposta volaba libre hacia los del condado, abrigando bajo su techo un pequeño mundo.

La bóveda de intensos colores, brillantes, partía el cielo en dos. Por encima las dovelas sujetaban una furiosa mancha gris y mantenían a raya su ira. Por debajo la flecha enmarcaba un claro de nubes blancas sobre trama azul en lontananza. Un espejo de gotas de agua duplicó esa puerta al infinito. Devolviendo su grandeza. Reflectando su belleza.

La grandeza y la belleza de la vida. "La Enciclopedia Británica (decimoquinta edición 1943-1973) en su sección resumida (Micropedia) dice que la vida es un fenómeno casi imposible de definir o explicar en sus múltiples aspectos". Así comenzaba el 30 de mayo de 1987 un artículo periodístico nuestro Nobel, Severo Ochoa. Todos los cursos, al impartir su primera clase de Bioquímica a los estudiantes de Medicina de la New York University, les formulaba la misma pregunta: ¿Qué es la vida?

"Los aspectos en que puse mayor énfasis", confesó, "fueron cambiando paulatinamente hasta que llegué a considerar la propagación y evolución de las especies, es decir, la herencia y sus modificaciones accidentales, como la propiedad más característica de los seres vivos, de los organismos unicelulares más simples a los multicelulares más complejos, como el hombre. Esta propiedad la encontramos ya en los virus, en los que no podemos pensar como seres vivientes, pero que yo me inclino a considerar como frontera de la vida".

Pasó Ochoa sus últimos años sumido en la tristeza y la melancolía. Vegetando como un sonámbulo. El médico, escritor y político gallego Domingo García-Sabell llegó a relacionar ese estado "vencido, silencioso, indiferente, irreal" con el tránsito del asturiano más universal por tres túneles. El de la pérdida de su esposa, Carmen García Cobián, tras la que ya nada le iluminó ni mereció la pena. El de la pobreza científica de España, lastrada a su vuelta definitiva por las miserias intelectuales. Y el de los límites del conocimiento, al constatar por propia experiencia las barreras infranqueables de la investigación.

Ni siquiera Don Severo, que dio con un fragmento decisivo de los mecanismos materiales de la genética, se sentía en condiciones de descifrar el sentido de la existencia: "Para la mayoría de los científicos, la vida es explicable en términos de la física y la química. Eso no quiere decir que sepamos lo que es la vida. ¿Lo sabremos jamás?".

¿Y si a la vida la definieran las ausencias antes que las presencias? ¿Y si fuera una constante progresión en busca de respuestas sin respuesta? Un virus vuelve a situarnos en el límite de las referencias inalcanzables. A someterlo todo a prueba. A desafiar a los sucesores de Ochoa a desentrañar el enigma.

Compartir el artículo

stats