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Confinamiento y Educación Social

La necesidad de establecer las prioridades de un nuevo marco social donde nadie se quede atrás

Poco más de un millón de habitantes, de los que cerca de 150.000 tienen menos de 18 años. Todos en confinamiento desde el pasado 14 de marzo; un día antes ya habían dejado sus clases en los colegios e institutos.

Miles de familias en Asturias, diversas, heterogéneas, donde se dan situaciones que van desde lo que podemos denominar "rango de normalidad", con buenas relaciones familiares, espacios bien iluminados, incluso con terrazas o zonas ajardinadas, con todo tipo de tecnologías y medios para comunicarse y trabajar, con otras donde se convive con problemas de salubridad, graves problemas socioeconómicos o de hacinamiento, donde las tecnologías no van más allá de los móviles o videojuegos de la casa. Pero aún nos quedan aquellas donde se convive con la violencia machista, los abusos sexuales o el maltrato a la infancia.

A partir de estos múltiples escenarios son posibles casi todas las combinaciones que seamos capaces de crear; donde niños y niñas sufren un confinamiento agravado por otros factores, que no pueden liberar ni compartir, al permanecer entre las paredes de su casa, con lo que eso supone en su desarrollo emocional, afectivo o relacional.

La Educación Social, que está a punto de cumplir 30 años en nuestro país como enseñanza universitaria, lleva trabajando muchos años en los contextos sociales más complejos: infancia y adolescencia con dificultades, jóvenes infractores con medidas judiciales, en centros penitenciarios, con mujeres víctimas de violencia de género, menores no acompañados, equipos de intervención familiar, personas mayores, centros de apoyo a la integración, personas sin hogar, centros de menores, pisos de transición a la vida adulta? tantos y tantos.

Y ahora, cuando nos enfrentamos a la mayor crisis sanitaria, social y económica de carácter global prácticamente del último siglo, estamos trabajando con más intensidad si cabe, desde la humildad de una profesión que no tiene el reconocimiento público de otras, que seguramente no estará en ningún comité de expertos, ni probablemente se tengan en cuenta nuestras aportaciones en los distintos foros que luego toman las grandes decisiones de este país, pero que continuará firme trabajando por los derechos de la ciudadanía.

Ahora que soñamos con revertir paso a paso, valorando cómo, cuándo, con quién y cuánto deben salir a la calle esas niñas y niños, es cuando debemos trabajar más duro si cabe en establecer las prioridades de un nuevo marco social, donde no dejemos a ninguno de ellos atrás, en su desarrollo físico, emocional, en el ámbito de la salud, del conocimiento y el aprendizaje.

La mal llamada, a mi entender, distancia social debe ser solo distancia física, y debe combatirse con acercamiento y acompañamiento social.

La distancia educativa por la falta de medios técnicos, pero no solamente por ello sino sobre todo por la falta de apoyo familiar a la hora de facilitar el aprendizaje a las niñas y los niños, debemos reducirla mediante el apoyo intensivo y personalizado de aquellos que más dificultades tienen, con nuestra aportación como profesionales de la intervención socioeducativa, para apoyar el trabajo de los docentes y de las familias.

Es necesario recuperar la cohesión y la intervención social, poniendo el acento en lo que nos une como sociedad, en el apoyo mutuo y en dar respuestas centradas en las necesidades de cada niña y de cada niño, para recuperar el equilibrio y la sostenibilidad de una sociedad como la nuestra.

Todo esto y algunas cosas más son las que forman parte de una profesión, la Educación Social, que ha venido para quedarse, para sumar y para multiplicar.

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