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Infectados

Vecinos repudiando a profesionales esenciales, la infamia en los reveses de la Historia

Está por escribir el crisol de historias de este confinamiento. Relatos de convivencias obligadas, separaciones, despedidas sin adiós, amores, rupturas, relaciones de ventana, estampas de calle en toque de queda, actos heroicos minúsculos, gestos salvadores o descensos al pozo negro de la ruindad.

De entre estos últimos extraigo el fenómeno de los carteles anónimos en las comunidades repudiando a un vecino o vecina por ser profesional de servicios esenciales. Es decir, queriéndole al cien por cien en la trinchera de la asistencia al bienestar colectivo pero, al mismo tiempo y sin pudor, instándole a que descanse su maltrecho cuerpo-mente en otro vecindario. Confieso que me ha llevado días digerir que siguen ahí.

Cada vez que las sociedades sufren reveses, brotan. Son viejos conocidos, seres infectados por el virus que convierte el egoísmo en psicopatía. Patológicamente ajenos a lo ajeno, todo les vale para la salvación propia.

Son los delatores de la guerra civil y la dictadura, verdugos voluntarios que ajustaron cuentas de rencillas y envidias, lanzando a la muerte física o civil a familiares, compañeros o vecinos.

Son los espías civiles de la KGB o la Stasi, desplegando la violencia fría de la vigilancia invisible en la calle, paso previo a la demolición física y psíquica en los corredores del estado.

Son los hacedores de avales o informes para, según el interés, rescatar o defenestrar carreras, lanzar gentes a las cunetas. Son quienes disfrutaron en un coliseo pulgar arriba o pulgar abajo.

Son los informadores en la caza brujas de Joseph McCarthy, el senador alcohólico y putero en delirio contra el pecado librepensador en Hollywood. Delación, decía Orson Welles, a cambio de salvar nuestras casas con piscina.

Son los colaboracionistas del nazismo en cada territorio avasallado. Los campesinos polacos haciendo el gesto de cortarse el cuello con el pulgar al paso de los trenes hacia Treblinka para despejar las dudas a aquellos ojos extraviados que suplicaban respuesta desde los vagones.

Son los que salieron ganando con su degradación. El empleo del delatado, su carrera, su casa, sus tierras, su fortuna. Su talento no, claro, pero tampoco su sombra. Prosperidad para ellos a costa de la tragedia de otros. Infames suplantadores de la suerte ajena. Son todos ellos. Que lo sepan los hacedores carteles anónimos. Que firmen y den la cara. O que se avergüencen, desdigan y aprendan.

Tienen una infección aguda del virus larvado, resistente donde los haya, del envilecimiento hasta la despersonalización. Cuidado. Continúa entre nosotros. Y seguimos sin encontrar vacuna.

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