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Diario pop

Nostalgia y resiliencia

Ante la "nueva normalidad"

A medida que se va intensificando el grado de incertidumbre en nuestro ánimo, mayor se hace la nostalgia hacia el pasado. Nuestra vida social se concibe, se reproduce y se consume en las redes sociales. Cualquier concierto, cualquier debate, acontece en la red, sin tener la impresión de que eso sea realmente un verdadero acontecimiento. De hecho, podemos decir que el coronavirus se ha cargado cualquier acontecimiento, ya sea político o sentimental. Son las reglas del distanciamiento social. El totalitarismo de las telecomunicaciones. Es la desideologización de la vida, consecuencia de un simulacro de la realidad que nos hace recordar desesperadamente el nostálgico Rock and Roll que cantaba Robert Plant en "Led Zeppelin IV": "Oh nena, déjame volver al lugar que pertenezco".

Si el tiempo presente es un simulacro de su propio tiempo, caracterizado por el onanismo y la autoexplotación que impone Pornhub y el teletrabajo, la nostalgia es otro simulacro de nuestro tiempo pasado. Uno y otro van asociados a una visión de la felicidad que propicia ciertas sospechas morales sobre nuestro estilo de vida en las últimas décadas. Curiosamente, a la nostalgia le sucede lo mismo que a la incertidumbre: logran que el tiempo pasado y futuro adquieran un grado fantasmático o siniestro como sucesos que abren un desgarrón en el tiempo presente, al igual que los seres divagantes que deambulan en "Twin Peaks" de la mano de David Lynch.

En "Happycracia", los filósofos Edgar Cabanas y Eva Illouz afirman que la gente obnubilada con la gestión de sus emociones, no solo convierte en fetiche su mundo interior, sino que estas personas que lo hacen depender todo de su "autoestima" y su "resiliencia", suelen ser personas con una capacidad disminuida para sentir empatía y para ponerse en el lugar de los demás, para imaginar el mundo de forma colectiva e interdependiente.

Hemos construido un mundo idílico en el interior de nuestras casas a través de una economía Netflix que nos convierte en consumidores de una ilimitada analgesia emocional. Sus acciones en la bolsa se han disparado. El valor de Disney ha crecido un 30% a pesar de que ha cerrado sus parques temáticos y no pueda estrenar sus últimas películas en los cines. Un mes después del confinamiento, la política, la economía, la vida social, nuestro cuerpo y nuestras emociones ya han sido completamente medicalizados. ¿Acaso no perciben que todo empieza a ser normal?. Lo llaman "nueva normalidad". A todo eso, lo hemos venido enmascarando con ciertas dosis de heroismo "desde casa", una férrea resiliencia desde Instagram y un inagotable torrente de memes que nos permiten una vida más "llevadera".

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