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El abandono de los universitarios

Las injustas críticas al esfuerzo de los profesores y de la institución para adaptarse a los problemas generados por el enclaustramiento

Estos días ha habido titulares como estos: "Los universitarios estallan por el caos de los exámenes finales". "La Universidad, en el centro de la diana por la falta de fechas para pruebas y su incapacidad para la evaluación telemática".

La tormenta desatada a través de las redes (Twitter "UniOvinosAbandona") por una iniciativa estudiantil probablemente minoritaria ha sido seguida cual Uni(B)ovinos por unos cuantos, y ha puesto a la Universidad de Oviedo en las noticias nacionales. Injustamente. Resulta demasiado fácil pulsar un botón en el móvil, sin ofrecer contexto ni argumentos suficientes, encima, en muchos casos, desde el anonimato.

Conviene hacerse cargo de que el confinamiento debido al Covid-19 nos ha caído encima como un mazazo a todo el colectivo universitario. La de Oviedo no es una universidad a distancia: no está preparada para ser una UNED, ni técnica ni humanamente, y menos aún de un día para otro. El Campus Virtual, según los especialistas, no está habilitado para soportar la carga. Con todo, los responsables y los técnicos de la Universidad están haciendo lo imponderable para proporcionarnos a los docentes y estudiantes los medios (entre ellos la plataforma online Microsoft Teams) que nos ayuden a capear este temporal ocasionado por el coronavirus.

Que a este temporal se le añada una "shitstorm" (storm=tormenta, shit=mierda), no dice mucho de "los" universitarios. ¿"Los"? ¿Todos? En los medios aparecen como mayoritarios o al menos representativos. Lo cual no es el caso. Porque cuando tienen la oportunidad de hacerse representar en los órganos universitarios según las reglas democráticas, no llega al 10% el número de estudiantes que acude a las urnas a votar. Según datos de las últimas elecciones al Claustro (2018), en el censo figuraban 11.794 estudiantes, de los cuales 1.124 emitieron su voto, es decir, tan solo el 9.53%.

En torno al 10% es, por otra parte, la contribución como matrícula de (las familias de) los estudiantes para cubrir el coste real de la plaza que ocupan. Es decir, el conjunto de la sociedad sufraga en torno al 90% del coste de las plazas que ocupan. De ahí se deduce, en buena lógica, que el estudiantado se debe a la sociedad en la que vive y a la institución en la que estudia.

Entre los enunciados de los estudiantes se puede leer, casi con letra pequeña, esta frase: "La mayor parte del profesorado nos está tendiendo la mano, pero hay otra parte, nada despreciable, que no".

Quisiera aprovechar la ocasión para contar lo que la mayor parte del profesorado está haciendo en estas semanas y meses difíciles para todos, sin tierra a la vista. Se puede asegurar que estamos bastante más atareados de lo habitual. Para empezar, nos ha pillado de sorpresa. La semana siguiente ya estábamos empezando a impartir clases online en aquellas asignaturas en las que esto es posible. En otras, especialmente en las asignaturas prácticas, había que pergeñar actividades alternativas. Éstas llevan mucha más preparación y mayor seguimiento que una clase presencial, y se multiplica el trabajo según el número de estudiantes. Tan solo un ejemplo de índole logística: en una clase presencial, devolver un trabajo corregido es cuestión de unos minutos. En cambio, desde casa, primero hay que imprimir el trabajo enviado por cada estudiante y, tras corregirlo, escanearlo y enviarlo a los estudiantes, uno a uno, a sus respectivos correos electrónicos. Tal procedimiento puede llevar hasta tres horas. Además, algunos docentes ofrecemos tutorías individualizadas online. Como ejemplo, en una ocasión, comentar un ejercicio con una estudiante me llevó 53 minutos, o las atenciones con los estudiantes Erasmus que han tenido que regresar a sus países.

Organizar y adaptar los materiales para una clase online es un reto, así como la propia clase. Algunos estudiantes no se pueden conectar bien. Tampoco todos los profesores están preparados para esto, y, como algunos estudiantes, los hay que no disponen de la infraestructura informática apropiada para ello en sus hogares.

En estas circunstancias resulta obvio que adecuar el sistema de evaluación plantea un enorme reto. Aún no es posible saber a ciencia cierta si van a poder celebrarse exámenes presenciales, y en su caso, cuándo y en qué condiciones (seguridad, distancia entre estudiantes en el aula del examen, etc.). Si se fijasen fechas en estos momentos, probablemente habrá que revocarlas más adelante. Mientras tanto, al menos en mi Facultad, la de Filosofía y Letras, a tal efecto se acaban de modificar las Guías Docentes. Éstas son como el contrato con el estudiante. Por ejemplo, en las asignaturas en las que imparto docencia se ha llegado a un término medio entre las notas ya obtenidas de la evaluación continua, por un lado, y, por otro, trabajos y proyectos en soportes varios, a entregar en un plazo establecido, online. Esto, claro, no es posible para todas las asignaturas ni para todas las convocatorias, ni para todas las especialidades.

En suma, la incertidumbre está por doquier, y se va haciendo camino al andar, con el esfuerzo y la seriedad que la situación requiere, desde todos los colectivos de esta comunidad universitaria. Que una parte del estudiantado se haya descolgado de esta manera no contribuye precisamente a resolver los problemas que se plantean, ni representa la actitud de muchísimos otros estudiantes.

Por tanto, concluyo: el título de este artículo se puede leer de varias maneras.

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