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Vida nueva

Eduardo García

Una libertad idealizada

En un pasado reportaje en el interior del centro penitenciario de Villabona, un recluso me dijo: "Lo que más temo es al último mes de cárcel; no sé si lo podré resistir". El hombre, todavía joven, cumplía una condena de cerca de diez años que ya estaba casi superada.

Sin el horizonte próximo de la libertad los seres humanos nos acomodamos a las rutinas, pero un buen día aparece en escena el calendario, el final del trayecto, y el pulso se acelera y el tiempo se eterniza.

Lo que nos toca vivir, eso que llaman confinamiento, no es sinónimo de falta de libertad, sino de mera reducción de movimientos, así que mejor no dramatizar ni contaminar palabra tan hermosa. Pero es inevitable: tendemos a idealizar, sin aceptar del todo que a las tres semanas de que nos digan que adelante, que la calle es nuestra, pasaremos algún domingo entre legañas frente a una mala película en televisión.

La libertad de hacer, pero también la de no hacer. La libertad de no hacer nada. Llevo quince días escuchando el mantra de que "durante el mes de mayo, todos a practicar footing", lo que me mueve a reivindicar mi derecho, cuando traspasemos lo peor la pandemia, a hacer footing cuando me dé la gana.

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