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LNE FRANCISO GARCIA

Billete de vuelta

Francisco García

Observatorio

Desde el balcón se escuchó a distintas horas un canto coral a la vida

Desde mi balcón solo vi civismo y cumplimiento estricto de la ordenanza. En la plazoleta inmensa, principal zona de esparcimiento del entorno urbano en que habito, el observador contempla un acontecimiento inhabitual desde mediados de marzo: muchas personas pero suficientemente alejadas unas de otras, caminando a su ritmo vital. Si alguien se para con un conocido, el saludo protocolario se sustituye por una cordial separación. Y la conversación dura lo justo para continuar, cada cual por su lado, la primera caminata en libertad tras las duras semanas de encierro en la cárcel doméstica.

Al paso de las horas, la plaza fue cambiando de color y de habitantes. Al alzar la persiana a las nueve de la mañana se veía gente corriendo a un trote discreto. No apareció por el tartán imaginario ni un solo émulo de Abebe Bikila de zancada enorme como si llevara detrás a Paavo Nurmi o a todo el Cuerpo Nacional de Policía. Eran corredores solitarios y discretos que se cruzaban una vez cada pocos minutos, en cada vuelta al perímetro. Pasadas las diez, el hábitat mudó de especies procedentes de nidos próximos. La edad media se elevó de manera exponencial, pero los mayores, al igual que los "runners" iniciales, se comportaron como corresponde al colectivo más expuesto a la saña cruel de la epidemia. Abuelos a los que alguien empujaba en su silla de ruedas volvieron a sentir sobre la piel marchita la medicina radiante del astro principal, un milagro que alguno de ellos había temido no volver a disfrutar ya nunca.

Al mediodía, la plaza se llenó del bullicio incontenible de los niños y fue tomada al asalto por juguetes imprescindibles. Desde el observatorio retumbó, a cualquier hora y a diferentes voces, idéntica partitura: un canto coral a la vida.

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