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Diario pop

Peste a repollo

La falsa felicidad de quien acaricia con sus dedos el pasado en el inicio de la desescalada en Gijón

El lunes se presentó como la superficie rugosa de una página de cómic, dividida en viñetas impelidas a ocupar el espacio unas sobre otras, violando la sangría, hasta llegar a fundirse, como universos distintos, en una sola, casi como un efecto del tiempo y la gravedad, si es que no son la misma cosa. Entrábamos en la Fase 1, después de ocho semanas confinados en casa y la calle fue capaz de conjugar en una misma dimensión la nueva normalidad y la vieja normalidad, las franjas horarias para hacer deporte de 6 a 10 y la posibilidad de tomarse una caña a cualquier hora del día. Vivimos nuestra propia "Crisis en tierras infinitas". Los multiversos se funden en uno nuevo, ofreciendo un extrañamiento del paisaje, un tiempo desarticulado, amorfo y pastel, presidido por la vigilancia policial y un siniestro sentido de la vida cotidiana que nos hace sentir polizones en nuestro propio barco.

Gijón se presentó como un parque temático en el que no estaban funcionando todas las atracciones. Nunca había adquirido tanta materialidad la idea de proyecto de ciudad, de simulacro, si me apuran, casi cercano al de experimento, mostrando implacablemente una versión nueva de la alienación de la ciudadanía. Muchos de los escaparates podían ser fachadas de cartón, una alucinación negativa, basada en la paranoia colectiva de los comerciantes que sienten en su cuello la soga de la bancarrota y una ciudadanía vigilada por una autoridad que tampoco tiene muy claro todavía qué reglamento aplicar, si el de la fase 0 o el de la fase 1. En esencia, experimentamos la voluntad de reconstruir un Gijón pasado que tenía muy presente todo lo que ya no se puede hacer y la incertidumbre de unos vecinos atenazados por el miedo a un rebrote del coronavirus en un próximo futuro.

Algo de esto se percibe en "Tiempo desarticulado", la novela de Philip K. Dick que nos habla desde una ciencia ficción realista de la posibilidad de reconstruir un pueblecito americano de los 50 en el futuro, provocando una rara sensación de nostalgia que el filósofo norteamericano Frederik Jameson definió como la "peste a repollo". Con la previsión de una caída de la economía que hace de la crisis del 2008 un mal constipado, la peste se nos presenta como la desdicha de la felicidad, la falsa felicidad de quien acaricia con sus dedos el terciopelo del pasado, que era una alegría por viajar, moverse, ir a conciertos, restaurantes, secretas desdichas para la gran mayoría, una infelicidad innombrable, incapaz de distinguirse de la genuina satisfacción que produce el pensamiento de nuestros deseos antes de verse frustrados.

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